Cultura

Los coros del Tolima III

Los coros del Tolima III

Una carga de novedades en el Conservatorio trajo el año de 1951. Joachim Bonavolonta, maestro italiano, llega a la dirección de los ya famosos coros, iniciando una nueva sesión de giras en el departamento del Tolima. Amina Melendro de Pulecio renuncia a la subdirección del plantel e Isabel Buenaventura de Buenaventura es encargada por Octavio Laserna Villegas, gobernador de la época, de dicha responsabilidad.

Niño Bonavolonta, como era llamado el nuevo director del Conservatorio, nació en Roma en 1915. Realizó estudios de música en el Conservatorio de Santa Cecilia graduándoseen Piano, Composición y Dirección. Realizó bellos arreglos de varios temas folclóricos colombianos mientras estuvo dirigiendo los Coros del Tolima: Alma Llanera, El guatecano, Guabina de Castilla, No se si tú me quieres, Pena india, Riquiran, Reina Linda, etc.

El Conservatorio continuaría su labor durante el año siguiente. Alfonso Viña Calderón, quien llegaría a convertirse en uno de los folclorólogos más reconocidos del depar­tamento y además de pertenecer a los coros, fue nombrado secretario síndico, un año antes que doña Amina volviera a ocupar la subdirección en el año de 1953.

Bajo la dirección del maestro Bonavolonta, los coros se presentan en la parroquia Cristo Rey de Manizales en el marco de la semana santa de 1953, con un programa de maestros como Perosi y Palestrina que, según los diarios lo­cales, arrancó lágrimas a los espectadores.

Un concierto en honor a los periodistas se realizaría también por aquel año. Roberto García Peña, Otto de Greiff, Juan Lozano y Lozano y Hernando Téllez, en representación de El Tiempo, Guillermo Cano y Eduardo Zalamea de El Espectador, Jaime Restrepo y Jaime Tello por Cromos, Abelardo Forero Benavides por Sábado y Alvaro Mutis, jefepor entonces de la Oficina de Relaciones Públicas de la Esso, asistieron aquel 16 de agosto a un acto que mezcló la música clásica de Palestrina y Rossaenz, con la colombiana de Wills, Leonor Buenaventura de Valencia -con su conocida Ibaguereña - Alberto Castilla y Pelón Santamaría. Fue una muestra de la capacidad de convocatoria del Conservatorio que empezaba a prepararse para ofrecer el bachillerato musical diurno, parte de una idea que ya bullía en la mente y el alma de Amina Melendro de Pulecio.

Fue esa mezcla de la música culta y urbana la que le daría un toque especial a las masas corales. Pasillos y bambucos en arreglos a seis voces, y la música clásica, invadían todos los salones con una maestría incomparable. 

Las autoridades de Cartagena decidieron la actuación de los coros en la coronación de la señorita Colombia el 11 de noviembre del mismo año, en un evento que constituiría la culminación de una nueva gira que comenzó el 26 de octubre en el teatro Tolima con un concierto a precios populares. La presentación en Cartagena no se realizó, pero la gira sí. El 29 de aquel mes, frente a Gustavo Rojas Pinilla, el 1 de noviembre en Tunja, el 3 y 4 en Bucaramanga, el 5 en Cúcuta y el 6 en San Cristóbal, Venezuela, en donde recibieron una apoteósica acogida. La delegación estuvo encabezada por Amina Melendro y el Direc­tor Artístico. Definitivamente la tarea incansable de doña Amina, que se iniciara desde cuando era alumna del maestro Castilla en el Conservatorio de la primera mitad del siglo, comenzaba a consolidarse, llevándola años más tarde a la Dirección General del Instituto.

El 8 de noviembre regresaron los coros a Ibagué para participar en la clausura de las actividades del Conservatorio.

Con motivo de los Juegos Atléticos Nacionales de Cali y Medellín, en julio de 1954, los coros fueron invitados junto a la orquesta sinfónica del Conservatorio a participar en las diferentes actividades, no obstante contar, estas dos ciudades, con coros de reconocida trayectoria.

De todas maneras, aunque los coros y la orquesta eran los ejes centrales del Conservatorio, el plantel no descuidó la base de la cual partían todos sus éxitos: la academia. Conferencias de música foránea acerca de Bach y Haendel, además de conciertos en la sala Castilla que ya no daba a basto por la siempre nutrida asistencia de la sociedad ibaguereña a los eventos organizados por Bonavolonta y doña Amina, eran efectuados con cierta regularidad.

Durante la conmemoración de los 17 años de la muerte del maestro Castilla, la sala volvió a vestirse de acordes. Y es que en este año de 1954 la presencia en el tiempo y en la historia tolimense de la figura amable del maestro había alcanzado ya las proyecciones de la inmortalidad.

Un mes más tarde, el reconocido musicólogo Otto de Greiff, visitaba a Ibagué para"cerciorarse - como él mismo decía - visual y auditivamente de los progresos musicales que en los últimos años ha tenido el arte tolimense". El maestro de Greiff anotaría en uno de sus artículos publicado en el diario El Tiempo: "Los coros eran el eje efectivo de algo que casi no existía. Hoy son una parte de un Conservatorio eficazmente montado y sostenido no solo por el afecto ciudadano sino por el empeño de numerosos alumnos'''.

Por esta época el Conservatorio había montado un programa académico que hacía parte de una visión panorámica en cinco jornadas, cada una con un concierto de cámara y otro sinfónico, de la historia general de la música, en un proyecto que el maestro Bonavolonta había propuesto para el transcurso del año.

El maestro Quarto Testa ingresaría a dirigir los coros en 1955, continuando su racha de éxitos en Buga, Cali y Neiva. Y parecía inexplicable el hecho de que maestros italianos y de otras latitudes se compenetraran de una manera to­tal con nuestra música popular y con los integrantes de un coro que ya llevaba casi 20 años de trabajo continuo. A partir de 1937 el Conservatorio se llenó de extranjeros que se mantuvieron por mayor o menor tiempo al mando de las masas corales: primero Squarcetta y luego, en los años cuarenta, Ciociano, Bonavolonta, Testa, además del griego Haralambis, y, a partir del 19 de agostode 1955, GuiseppeGagliano. Más adelante los coros serían dirigidos por Alfredo Hering, Vicente Sanchíz, Federico Carier, LajosAltéz, Gregorio Stone, Luis de Salbide, Fritz Voegelin, Giovanny Franco Piva, Leonor Marie Irene Cuykens y Paul Dury.

Como puede apreciarse, fueron muchos los extranjeros, especialmente italianos, quienes formaron parte del alma del Conservatorio no sólo en su dirección sino como profesores. El maestro Galindo realizó una importante investigación alrededor de este fenómeno, con especial énfasis en Ciocciano.

Desde Alfredo Squarcetta, quien llegara de Italia al país por invitación expresa de Alberto Castilla en la década del treinta, hasta el inicio de la década de los sesenta, decenas de profesores se instalaron en Ibagué, algunos de manera temporal, inundando la ciudad de apellidos que la gente no lograba pronunciar correctamente.

Salvatore Ciociano, profesor de violín supe­rior y teoría de la sección diurna, Cesar Ciociano, profesor de cello, armonía superior, composición y contrapunto e inspector de todas las clases de cuerda y David Blasco, de viola, fue nombrado en 1940; Antonio Pontón, de violín, en 1942; JoachimBonavolonta, direc­tor, en 1951; Elio Solimni, de piano, Remo Giancola, de canto, en 1952; Margarita Budinsky, violín, Beatriz Budinsky, literatura, en 1953; Sofía de Grigaliunos, piano comple-mental, MargheritaNicosiia, órgano, Clara Saldicco, piano, Carla de Marcello, violín, Luigi Frassoldati, violín, Antonio Tentoni, violín, Franco Pezzullo, clarinete, Lino Mollineli y Luigi Santamaría, violín, OsearFaccio, cello, Mario Pratti, contrabajo, Floreo Croce, oboe, Camilo del Pezzo, trompeta, Benedetto di Marcello, violín, y Sollecito Vito, flauta en 1954; GuiseppeGangliano, directorartístico y Emilio Nissolino, oboe, en 1954; RudolphinaKrpec, idiomas, y Renato Cattani, canto, en 1956; Luis Rosensvaing, piano acompañante, BaldassiareGagliano, canto, Fortunato Carusso, flauta, y Orfeo Rissarine, trompa, en 1957; EitoreCavalli, viola, y Rolando Bolognesi, clarinete, en 1959.

Pero los extranjeros comenzarían a convertirse en ciudadanos ibaguereños. Una muestra es el trío Ciudad de Ibagué, conformado en agosto de 1955 por Clara Saldicco, en el piano, Anto­nio Tentoni, al violín y Quarto Testa en el violoncelo, quienes realizan su presentación oficial en la sala Castilla, con música que cobijaba aires colombianos y europeos.

1956 marcaría las bodas de oro del Conser­vatorio del Tolima. Más de 900 alumnos recibieron la celebración en la antigua casona ya reformada gracias a la gestión continuada de sus directores. El 15 de marzo, día exacto de la efemérides, no pasó nada especial en el plantel. Un niño de 9 años, con sus pantalones remendados, dejaba salir notas redondas y dulces de su trompeta: liaría sido galardonado con el primer premio entre los alumnos. En otro salón, algunos estudiantes leían, otros cantaban, alumnos entre los tres y los cuarenta años recibían clases de teoría, armonía, historia, canto, idiomas y toda suerte de instrumentos menos el arpa. No hay grandes actos, sólo el espíritu se regocija bajo la sombraaromatizada de las camias que vigilan el alma de Castilla.

El Conservatorio, sin olvidar ni por un momento su espíritu musical, se convertiría en abril de este año en protagonista político de la época al celebrar, en la sala Castilla, la asamblea Propaz, encabezada por el gobernador coronel Torres Quintero y por las autoridades eclesiásticas y civiles, en un intento desesperado por construir un clima de concordia en un departamento que se debatía entre la sangre y el odio de la violencia bipartidista.

Precisamente, antes de su regreso a los escenarios de la capital de la república, las masas corales fueron aplaudidas con gran fervor en la clausura del Festival de las Américas en el Country Auditorium de la ciudad de Miami, donde la crítica musical hizo los más diversos y favorables comentarios. No era gratuito entonces que el Tolima se convirtiera ensinónimo de música y que las bellas melodías del folclor colombiano se pasearán espléndidas en cada presentación por los teatros del mundo.

La labor de los coros durante 1963 cerraría con honores en una presentación sin precedentes en los teatros Municipal y Los Cristales, este último al aire libre, de Cali, donde más de doce mil personas apreciaron desde el silencio cada bambuco, cumbia y pasillo. El grupo polifónico arrancó del público vallecaucano, que celebraba la feria de su tierra, los más vigorosos aplausos.

La escena se repetiría varias veces y cada vez con más entusiasmo y devoción. Invitaciones a granel para presentaciones locales e internacionales, giras incansables, aeropuertos, hoteles, camerinos y teatros, eran ya testigos mudos del esplendor sembrado por el Conservatorio a través de sus coros: voces que para entonces nadie quería silenciar.

En septiembre, las masas corales siguieron cosechando triunfos en diferentes latitudes del país. Esta vez, en una extraordinaria actuación en el teatro Olimpia de Manizales, en el marco de la semana cultural auspiciada por la Universidad Nacional de esta ciudad, centenares de espectadores guardarían para siempre en su memoria las voces que alentaban pasillos, guabinas y bambucos, en una noche sin igual en la vida cultural manizalita.

El eje cafetero sería el testigo siguiente de los coros. Armenia y Pereira vibraron con piezas de Vivaldi como el QuiTollis, y de Beethoven como el O Salustari hostia. Entonces saltaron de sus sillas y sacudieron los escenarios con aplausos estruendosos luego de escuchar temas como Tiplecito de mi vida, Quiéreme mucho, Hurí, Alma llanera, entre otros.

1964 abriría de manera plena la participación en festivales internacionales. Berlín, Amsterdam, París, Milán, Florencia, Roma y Madrid, serían solo algunas de las ciudades donde el sello de lo nacional, de lo tolimense, quedaría guardado para siempre.

Fue más difícil poner fin al espectáculo que disponer de los preparativos para llevarlo a cabo". Este era el comentario de algunas de las personalidades presentes ante el cuerpo diplomático holandés, después de la actuación en Amsterdam en la sala Bach. El concierto fue reseñado al día siguiente en los cables de prensa:

"Como sucede en esta clase de espectáculos, al momento de iniciarse reinaba profundo silencio. Los coros del Tolima entonaron el himno nacional de Colombia. Finalizado el público se sienta. Circula un pequeño secreto con los primeros comentarios. Luego La guabina tolimense, Tiplecito de mi vida, Viva la fiesta y algunas cumbias. El ambiente se ibacaldeando, explota como en una tarde de toros. Todo el mundo de pie, enloquecido, grita hurras y el crepitar de los aplausos se enciende aún más con vivas a Colombia y a Holanda. Los integrantes del coro no pueden resistir la emoción. Unos se despojan de las muleras y las lanzan al aire. Otros de los pañuelos rojos. Las damas devuelven con flores... el público continuaba de pie sin permitir el retiro de los artistas... Cuando pasen los años vibrará con delicada frescura el recuerdo de los coros del Tolima que son la presencia espiritual de Co­lombia" .

En Berlín, cuna de excelencias musicales, los coros del Tolima, después de haber actuado en la monumental sala Deutschlanhalle, vieron al público enloquecer gradualmente hasta el punto de pretender despojarlos de sus atuendos. La prensa alemana comentó así el impasse: "El pueblo de Berlín occidental ama la música y cuando esa música es bien interpretada, como en esta ocasión, se justifican ampliamente esos pedidos de repetición a fuerza de aplaudir y taconear sobre el piso para evitar que los integrantes del Coro y su director se retiraran del escenario. Lo podemos definir con una sola palabra: Triunfo, con mayúsculas. Definitiva­mente, Latinoamérica necesita más embaja­dores del arte de este calibre. Decir solamente gracias no es suficiente, pero lo diremos: Gracias Colombia, Gracias por el coro del Tolima".

En Roma, durante su presentación, los coralistas notaron a un hombre viejo, cómodamente sentado, que les observaba. Era Alfredo Squarcetta,ahora ciego, su antiguo di­rector, y uno de sus más importantes orientadores. Emocionados, le pidieron al mae­stro que les dirigiera una vez más. El maestro subió, con su lazarillo, levantó sus manos, y todos juntos entonaron La guabina tolimense. Las lágrimas no pudieron ser contenidas. Los integrantes del coro abandonaron su sitio sin dejar de cantar y 200 brazos rodearon al mae­stro italiano que no dejó de llorar. Quizá no lo dejaría de hacer hasta su muerte cuatro años más tarde. El Conservatorio lo había dejado marcado de manera indeleble.

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