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Ibagué no es blanca. Pensada desde una perspectiva militar de control territorial, los españoles fundaron la ciudad para garantizar un paso hacia Cartago y el sur del país. Si. La crearon como ciudad de paso, algo que de una u otra manera seguimos siendo. No había otra ambición. En realidad, no se si la haya ahora.

Luego del exterminio Pijao en el Tolima, en una guerra que duró alrededor de 70 años y en la que murieron cerca de 120 mil indígenas, los que se mantuvieron en este terminal de mulas (llegaban, pasaban una o dos noches, cambiaban la mula y seguían rumbo al Quindío), se dedicaron esencialmente al comercio. Las élites, quienes en tiempos de independencia, en 1816, vestidos de sus mejores galas juraron lealtad al rey en la plazuela de Santo Domingo, hoy parque Murillo Toro, centraron sus actividades en la ganadería, la minería y algunas empresas agrícolas. La ciudad fue creciendo. No a un ritmo natural sino por oleadas. La bonanza cafetera de 1920 y las múltiples violencias, fueron la causa de que a la ciudad llegaran nuevos habitantes de todos los lugares, con todos los colores. Somos un pueblo diverso desde lo racial. Más que todo mestizos. Mestizos sin plata. Pocos negros. Pero también los hay.

Hace pocos días tuve el placer de ser jurado de una maravillosa tesis elaborada por Claudia Marcela Moreno y Sara Daniela Parra, que optaban por el título de Comunicador Social – Periodista de la Universidad del Tolima. Su investigación alrededor de la comunidad afroestudiantil en la universidad, su cultura, su identidad y la percepción institucional y social de los negros, me hizo pensar en cuan diversos hemos sido y cuán diversos seguimos siendo.

Algunos hallazgos son interesantes. Los afroestudiantes, que vienen de territorios alejados del departamento, se han agrupado como movimiento étnico, representan sus raíces afro y se han apropiado de escenarios en los cuales expresan y desarrollan su cultura. Sin embargo, siguen siendo invisibles. Son una minoría, no tienen acceso a los centros de poder social, cultural y económico. A veces son tenidos en cuenta, como todas las minorías, pero por lo general permanecen en la oscuridad. El 75% de los encuestados en el trabajo de Moreno y Parra, entienden la minoría como una población con características particulares sin comprender la vulnerabilidad de estos grupos reducidos que son, por lo general, excluidos. Las políticas institucionales alcanzan para darles algunos “beneficios” pero no para hacerlos parte de nuestra sociedad.

El 73% de los encuestados, todos estudiantes de la Universidad del Tolima, entienden por afrodescendientes, aquellas personas descendientes de África y un 17% cree que el término está asociado al color de piel. No los reconocemos como una parte nuestra. Son los ellos, no los nosotros.

Bien por Moreno y Parra. A veces necesitamos que alguien nos muestre cuán diversos somos, que recordemos cuán diversos hemos sido, y que pensemos cómo afrontar el futuro desde la riqueza de esa diversidad.

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