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Amor Territorial

Amor Territorial

Existe una unión perfecta entre la vida de una madre y la de su bebé y hay algo físico que le da sentido a esa unión, el que llamamos el cordón umbilical. Creo que no hay nada más perfecto que esa unión, pues, aunque crecemos, damos lo que sea porque el afecto, la intimidad, el abrigo, el calor de su humanidad que es la verdadera expresión de AMOR, palabra infinita que hace que este vínculo siempre se sienta con nuestra madre o con los nuestros y así vamos por nuestra vida generando siempre vínculos muy estrechos.

Desde pequeños, aprendemos a obtener otros vínculos en la vida, si hay hermanos la sangre nos genera una relación íntima de afecto y de amor, esto se empieza a extender a la familia, no es más que reconocer la cercanía a través de relaciones permanentes y nuestro mismo lenguaje “mi papá, el tío, mi primo” y las apropiaciones, el, las, mis, en todo caso son MIS relaciones de aproximación y para recordar uno de tantos momentos, solíamos decir:  mi tía me trajo un dulce, mi tío me alcahueteó, mi abuela hizo unos súper tamales, cuando crecimos le compramos a la tía que vende cachivaches, “hacerle el gasto a la tía”.

Cuando irrumpimos en el vecindario decíamos: “estos pantalones mi tía los vende y con esto ella se ayuda”, mi vecina decía: “dígale que nos vemos este fin de semana que mi marido no está y yo le hago el gasto” veamos así la cadena que amparó la fórmula del voz a voz, de la confianza. Se sabe que hay un mercado de familiaridad, de cercanía, de vínculos, de proximidad y bueno en ese tiempo contagiamos a los vecinos y se crearon fórmulas como el intercambio de bienes y servicios a escala barrial, la tienda de la esquina, el talabartero, el herrero, el costurero, la modista de la cuadra; disfrutamos incluso infinitas relaciones de cercanía, eran los de la cuadra o los del barrio.

En una historia muy particular, años atrás, puedo decir un poco más de medio siglo, empezamos a salir más allá, solíamos ir a disfrutar de los helados de la plaza principal de nuestra ciudad o el dentista de la plaza o el alquiler de los carros, la cercanía de la Plaza Bolívar era nuestro referente y la calle que nos llevaba por donde discurrían los intereses comunes, desde el microbús, los desfiles y otros negocios que surgían de propios y gente de otros barrios que en ese entonces los llamábamos COMUNIDAD, cosas del común “la misa en la catedral” o la banda de músicos en el parque, una retreta o un fotógrafo o  el señor de los globos y el raspao, a quienes nos gustaba comprarles, hacerles el gasto.

Con el correr de los años la ilusión era ir a ver ¿cómo era eso del Salchichón del Líbano? o las achiras y almojábanas de Castilla, los tamales de La Caimanera, la avena y los quesillos del parque de El Espinal y ¿qué tal la fritanga de Venadillo o el Chicharrón del Gato Negro en Gualanday? La lista de galgueadas no termina y es que eso es lo que precisamente se produce en el Tolima y si le agregamos ahora tradiciones como el Corpus Cristi, San Pedro en El Espinal, la Virgen de Carmen de Apicalá, tantos lugares cerca, llenos de tradiciones; lo hacíamos inconscientemente, más en relaciones fraternales porque conocíamos a Napo en Venadillo, a la Mona de la Lechona, a la verdadera Mona, que decía: Don Humberto,: “Hace tiempo no viene po acá” era la frase célebre.

Pasa el tiempo, nos quedamos sin don Humberto, porque ya no era don Humberto, era el hijo anónimo de Él que empezaba a recorrer el mundo y no creo que en el parque Disney me digan don Javier, o en cualquier cuadra del Times Square, ni siquiera en el mercado de San Miguel en Madrid con el castellano de por medio y con el saludo. La sonrisa y la atención que nos seducen con una ñapa, el vendaje o el encime solo se encuentra con los nuestros, como en la avena de Venadillo. Después de esta historia de la cual muchos hicimos parte, es hora de hacer un balance del resultado de las ganancias, de los márgenes o utilidades que dejamos agregado en cada compra en cualquier lugar del mundo.

¿Ustedes se imaginan gastar USD100 en un restaurante en un parque de La Florida?  El cambio de esos USD100 equivaldría hoy a $370.000 pesos colombianos, ¿se imagina gastarlo en cualquier parque de nuestros municipios? El balance económico va más allá, es la ganancia repartida entre artesanos, productores del campo, ¿cómo se distribuye ese ingreso en las famiempresas? en los empleados, quizás a menos de un salario mínimo, a destajo o en pagos informales, ¿cuánto significa esto en la economía del lugar?  ¿cómo empezamos a traducir esto en la importancia del desarrollo de la economía local?

Propongo hablar de retornar a los patrones que nos generaron relaciones de CERCANIA, de PROXIMIDAD, de FAMILIARIDAD, palabras expuestas, que provocan una palabra necesaria: LA PERTENENCIA. Creo que esto de volver a los viejos tiempos no es más que hacer valer la esencia del AMOR como el que nos enseñó Mamá, porque somos hijos también de esta tierra denominada para muchos nuestra Madre Tierra, nuestra Ciudad, por hacer uso del plural como lo he expresado en otros apuntes: Lo nuestro, por valorar lo que tenemos, como lo expresamos y lo  sentimos con la Mamá, con Papá, con los tíos, hermanos vecinos y sí, nuestra ciudad es la que envuelve, acoge a nuestra familia, nos propicia el entorno para disfrutarla, para consolidar esa palabra infinita denominada FELICIDAD y de esta manera, los municipios que forman nuestro departamento son NUESTROS VECINOS, no es más que un reencuentro con esa relación de vida que con plena seguridad va a generar grandes dividendos a partir del reconocimiento fraterno, para hincar la confianza necesaria de generar un empleo sostenible, para revitalizar la economía local, creamos en el territorio, en nuestro maravilloso entorno lleno de buen paisaje, buena gastronomía, de identidad, de gente que estará dispuesta a propiciar el amor necesario, EL AMOR TERRITORIAL.

 

Por:  Javier Humberto Arbeláez Luna

  • Arquitecto, ex secretario de Planeación

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