Opinión

Los niños y la Filosofía

Los niños y la Filosofía

Por Juan Bautista Pasten G.


La niñez está íntimamente conectada con la actividad filosófica, con la inquietud del filósofo y, por tanto, con el filosofar por diversos motivos, que intentaremos dilucidar en este breve artículo.

Por lo pronto, es menester puntualizar algunos hechos. El ser humano tiene ciertas etapas existenciales a partir de su nacimiento. Entre las más relevantes, se destacan la niñez, la pubertad, la adolescencia, la juventud, la adultez y la senectud.

Por cierto, estas clasificaciones no siempre son tan precisas ni adecuadas, ya que se basan, principalmente, en la edad de las personas, la cual - como sabemos- no refleja con exactitud las características de todos los seres humanos y, por lo mismo, suelen expresar cualidades más bien genéricas, no específicas ni esenciales.

En el contexto antes mencionado, aflora la niñez, en términos cronológicos, como una instancia intrínsecamente ligada al quehacer filosófico, tanto en sus métodos como en sus objetivos. El método substancial de la filosofía es la interacción de preguntas y respuestas en un ambiente de “diálogo” (conversación por medio de la palabra pensada, del razonamiento). El objetivo, por cierto, es lograr un creciente conocimiento acerca de una multiplicidad de cosas.

Pues bien, la niñez (desde que el infante comienza a hablar hasta los primeros años de la escuela), se caracteriza por el constante interrogatorio que los niños realizan hacia quienes le rodean (en especial a los adultos). En efecto, surgen preguntas, tales como: ¿Por qué existe el día y la noche ?, ¿quién hizo el mundo?, ¿dónde trabajas?, ¿por qué tengo más hermanos?, ¿por qué no puedo jugar?, ¿a dónde se fue el abuelo?, ¿para qué los niños van al colegio? En fin, las interrogantes se expresan por miles y en todo tiempo y lugar.

Ahora bien, todos esos cuestionamientos infantiles son profundamente filosóficos, pues buscan descubrir, develar, conocer todo cuanto está oculto. Los niños - como los filósofos - tienen la inquietud por aprender, por saber y por saber cada vez más y mejor. Es necesario estar preparados - en el caso de padres o adultos - para entregar las respuestas adecuadas y oportunas. En el caso de los filósofos, para indagar y hallar los espacios idóneos que permitan ir satisfaciendo las ansias de conocer.

Ciertamente, los primeros filósofos de la antigüedad - tal como los niños - querían, buscaban y necesitaban conocer y saber, no aceptaban, simplemente, respuestas vagas y difusas. La filosofía – en la niñez y adultez - requiere saciar el apetito del conocimiento y la sabiduría.

Por lo pronto, lo que caracteriza a la filosofía - y a los niños - tanto en el inicio del pensamiento como en el desarrollo del mismo, así como en el perdurar hasta el tiempo presente, es el afán por crecer interiormente, por avanzar en el derrotero de la verdad. Por cierto, esto se manifiesta en dos aspectos fundamentales: el asombro y la duda.

El asombro y la admiración emana de la observación atenta de la realidad (contemplación). a duda es el constante cuestionamiento acerca de las consideraciones nos entregan quienes nos circundan, es decir, no conformarse, de manera pasiva, a las respuestas recibidas, sino querer siempre ampliar y enriquecer el entendimiento de las cosas y de nosotros mismos.

Efectivamente, hay muchos elementos que caracterizan y unifican a los niños y a los filósofos: la no resignación ante los hechos, la libertad para escudriñar todo lo que vemos y oímos, la perseverancia para seguir siempre adelante venciendo adversidades, la alegría que otorga la comprensión de nuevas y mas realidades, el amor por nosotros mismos, que insta a ser mejores personas, así como el amor hacia el prójimo y hacia la majestuosidad de la naturaleza. Agregar lo mas importante: la posibilidad de comprender el escenario en que habitamos, para poder construir efectivamente la vida plena, justa y armoniosa, esa vida que percibimos en el permanente juego de alegría y creatividad que prevalece en el quehacer de los niños.

Es tiempo que los adultos recuperemos toda esa vitalidad, energía, empatía y solidaridad que caracteriza a los niños. Aún es tiempo que la conciencia amorosa y sabia recupere el sitial que le corresponde. Ahí y solo ahí, seremos personas auténticamente trascendentes.

Nuestro planeta y el universo esperan la manifestación del Nuevo hombre: libre, inteligente y verdadero.

“Lo que uno ama en la infancia se queda para siempre en el corazón”. Rousseau, filósofo suizo.

“El niño es inocencia, olvido, libertad, alegría y creación”. F. Nietzsche.

“Quien no recibe a Dios como un niño, no entrará en su Reino”. Marcos.


  • Docencia e investigación en filosofía.
  • Universidad de Chile

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