Opinión

La respuesta que esperan los agrónomos de la Universidad del Tolima

La respuesta que esperan los agrónomos de la Universidad del Tolima

Por Yamel López | Ingeniero Agrónomo, PhD Fisiología Vegetal. UN.


A comienzos del segundo semestre del 2021, con motivo de la celebración del aniversario, 50 de su graduación como ingenieros agrónomos de la Universidad del Tolima, los profesionales de tal promoción presentaron al presidente Iván Duque un lúcido escrito elaborado conforme a la prolongada experiencia que acumulan en el sector agrario de Colombia.

El documento, titulado Agricultura colombiana: ¿50 años en avance y/o retroceso? constituye un memorial de agravios que pone contra la pared a la infame –por decir lo menos– política agraria neoliberal que desde la presidencia de Misael Pastrana Borrero se convirtió en el paradigma bajo el cual los campesinos colombianos saldrían supuestamente de su centenario atraso en productividad vegetal, anclada en prácticas casi medievales que se reflejan en una realidad palpable: los métodos de labranza de los campos de cultivo de la papa, el maíz y los cereales introducidos desde el Viejo Mundo (trigo, cebada y avena), poco se diferenciaba de los  métodos empleados por los pueblos originarios en el momento de la conquista durante el siglo XVI.

Sin embargo, parece una paradoja que tales métodos garantizaron la seguridad alimentaria de la nación colombiana durante cuatrocientos años. En efecto, desde la conquista española hasta bien entrado el siglo XX las importaciones de alimentos de origen vegetal fueron tan escasas que su participación en la balanza de pagos no se reflejaba en los registros aduaneros; el volumen más importante de bienes importados se reducía casi exclusivamente a textiles, licores y bienes suntuarios para consumo de la élite española y criolla hasta después de la Independencia.

 Es notable que las listas de bienes introducidos no registran libros ni aparejos de labranza, porque sí ingresaran al país, pero se reducían a importaciones individuales cuya magnitud en el comercio exterior era insignificante.

Es elocuente que los primeros trapiches mecánicos se importaron hacia finales del siglo XIX con destino a la industria azucarera del Valle del Cauca, y el primer tractor solo fue traído al país en 1916, casi un cuarto de siglo después de que John Froelich lo inventara en 1892, lo que muestra la gravedad del atraso en el desarrollo de una agricultura nacional con alta participación en el PIB.

Otros insumos tecnológicos de una agricultura moderna –como los fertilizantes y el control de plagas, malezas y enfermedades– solo eran utilizados en parte por sectores como el de los cafeteros, que creó en 1938 el Centro Nacional de Investigaciones de Café, CENICAFÉ. La importancia de los resultados de sus investigaciones se plasma en la histórica y vital contribución de la agricultura cafetera al PIB de Colombia.

En 1962 fue creado el Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, como resultado de la presión demográfica y social por más cantidad y mejor calidad en los alimentos que consumían los colombianos. Los resultados de las investigaciones del ICA fueron particularmente notables en la producción de maíz, papa, cacao y otros cultivos.

Un avance académico fundamental lo constituyó la creación en 1966 del Programa de Estudios para Graduados en Ciencias Agrarias Universidad Nacional–ICA. Como producto de este experimento académico se graduaron en esta institución y en campos del conocimiento agrícola como fitomejoramiento, fisiología vegetal, suelos, economía agrícola, producción vegetal y animal, numerosos científicos y profesionales que siguen efectuando aportes significativos al desarrollo agrícola del país.

Con la llegada de Misael Pastrana Borrero al poder (1970-1974) –y siguiendo los dictados de la PL480 (Ley pública 480 USA)– la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y el gobierno colombiano iniciaron el proceso de desmonte del proteccionismo para los productos agrícolas y, bajo la modalidad de donaciones de trigo y maíz subsidiados, sometieron a dumping a los agricultores colombianos con el deleznable argumento de que resulta mejor para Colombia comprar los productos agrarios a precios del mercado internacional que producirlos en el campo colombiano, contra la evidencia inobjetable de que los  responsables de la seguridad alimentaria del país fueron los agricultores granadinos y colombianos.

El profesor Luis Corsi Otálora, de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), había denunciado este contrasentido económico desde 1966 en su libro Autarquía y Desarrollo: el rechazo a la expropiación de las naciones proletarias. El autor no profesaba una ideología marxista; por el contrario, su nacionalismo provenía del pensamiento falangista de Ramiro de Maeztu y José Antonio Primo de Rivera.

En su obra, el profesor Corsi desmontó con precisión la falacia neoliberal de que resulta más costosa la producción nacional de los alimentos que obtenerlos a precios de dumping en el mercado. Esa falsedad ha conducido a que unos pocos importadores reciban los beneficios de traer a Colombia cada año 14 millones de toneladas de productos de origen vegetal bajo la complicidad del Estado oligárquico, y que controlen el monopolio de ese comercio donde la parte del león acaba en los bolsillos de cinco consorcios importadores entre los cuales descuella el grupo Char-Olímpica. 

Para seguir ilustrando la aberración económica que representa este crimen contra los colombianos, la Fisiología Vegetal –una de las disciplinas más importantes de la Agronomía– nos informa que las plantas de cultivo de metabolismo fotosintético C4 (entre ellas el maíz, la caña de azúcar y el sorgo), para producir una tonelada de grano consumen 400 toneladas de agua, mientras que las plantas de metabolismo fotosintético C3 como el fríjol, el algodón, el arroz, el maní, la lenteja y la papa, para producir una tonelada de cosecha requieren un volumen aproximado de 600 toneladas de agua, lo cual se traduce en que para producir una tonelada de cosecha, las plantas, tanto las C3, como las C4, consumen en promedio 500 toneladas de agua.

En consecuencia, si el país importó 14 millones de toneladas de alimentos, de origen tanto vegetal como animal (recordemos que los animales consumen vegetales), resulta que para producir 14 millones de toneladas de alimentos se han consumido 14 millones X 500 toneladas de agua = ¡siete mil millones de toneladas de agua!, lo que convierte a nuestro país en un importador neto de agua en forma de alimentos.

Es un negocio irracional que beneficia a un minúsculo número de colombianos a costa del desempleo de los trabajadores en el campo y de la enajenación de nuestra seguridad alimentaria.

Dejo a cuenta del lector el análisis del significado económico, social y político de esta aberración. Quizás esta sea la razón por la cual el presidente Duque no ha respondido el documento de los agrónomos de la Universidad del Tolima.

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