Historias

Crónica de un viaje en taxi en medio de las protestas

Crónica de un viaje en taxi en medio de las protestas

Por: Juan Sebastián Giraldo


En medio de una barahúnda de pitos y madrazos, los conductores se agarraban sus cabezas, restregaban su cara entre las manos y fruncían el ceño al oler el clutch que estaban quemando en la subida. Nuestro taxista tenía cara de que no querer hablar con nadie, pero mi padre insistía en tocar el tema de las manifestaciones.

Era martes 4 de mayo. El reloj no pasaba de las 6:30 pm. Mi papá, mi hermana y yo estábamos dentro de un taxi cualquiera hacia el centro, rumbo a una velatón organizada por Asddetol (Asociación Sindical de Directivos Docentes de Ibagué y el Tolima) como homenaje a la muerte de Santiago Murillo en medio de las manifestaciones del primero de mayo en Ibagué.

Era un taxi cualquiera, pero no un día cualquiera, ni un conductor cualquiera (o tal vez sí). Se llevaba a cabo un plantón en la calle 60 con carrera 5ª como parte de la agenda del paro nacional de ese día. Los vehículos tenían que buscar rutas alternas. Muchos de ellos terminaron metiéndose en contravía por el barrio Versalles. Ahí estábamos nosotros, embotellados, y a la expectativa de si podríamos salir de esta… de esta situación a la que nos llevaron las malas decisiones del Gobierno.

Nuestro taxista, a quien llamaremos Oscar, se alejaba bastante del prototipo que nos vendió Caracol con sus novelas. No era un bacán. No era el tipo gracioso del barrio que siempre se preocupaba por sus vecinos y que tomaba la voz de su gente cuando sucedían injusticias sociales. Era más bien, un tipo de Reina de Corazones, quien aprovechaba cualquier mínima pregunta para contestar: ¡Córtenle la cabeza!

Después de chocar con una moto y de un cruce de palabras con otro conductor, mi padre trató de amenizar un poco el ambiente.

—Hermano, estas vainas son malucas, pero ¿qué se le va a hacer?, los muchachos están peleando y con justas razones, Colombia no puede seguir así.

—Pues si son tan varoncitos, que vayan y los jodan a ellos, que jodan a esas ratas, pero ¿por qué lo tienen que estar jodiendo a uno? Siempre jodiendo al pobre — dijo Oscar, endureciendo su ceño fruncido.

Lo que ignoraba Oscar, era que muchos de los que se manifestaban también eran pobres, muchos quizá no habían almorzado o desayunado, o quizás era la primera vez que comían libremente gracias a los sancochos comunitarios en medio de la marcha. Aquellos “pobres” no solamente luchaban por ellos mismos, lo hacían por una Colombia entera.

—Sí, yo lo entiendo. Pero estas cosas son necesarias, dan un mensaje al Gobierno y a la ciudadanía, y por algo se empieza, así sea algo pequeño.

—Sí, un mensaje. Esas marchas chimbas solamente sirven para que saqueen, destruyan cosas y lo jodan a uno, antenoche robaron a un compañero.

Mi papá volteó, me miró con cara de que la cosa no pintaba bien, y yo respondí con la misma cara. Sin embargo, se llenó de audacia y decidió continuar con la conversación. Le dio cierta parte de la razón, afirmando que a veces se producían desmanes, pero que eran una pequeña minoría y que incluso se decía que a veces era la misma Policía la que los provocaba.

—Esos policías tampoco sirven para nada, nunca están cuando uno los necesita, y en esas marchas mandan como 200 policías y nunca atrapan a nadie, solamente hacen bulla, tienen es que coger a bala a todos esos hijueputas que se ponen a dañar cosas — respondió Oscar de manera vehemente.

Lo que no le contamos, fue que sí estaban cogiendo a bala a “esos hijueputas” e incluso a personas que poco o nada tenían que ver con los desmanes y que simplemente estaban ahí, deteniendo el tráfico y coreando arengas en contra de un gobierno opresor.

Hasta ese día habían sido 77 los casos de disparos con arma de fuego por parte de la Policía, 31 las víctimas de violencia homicida por parte de la misma institución y 814 las detenciones arbitrarias en contra de los manifestantes, todo esto, según cifras de Temblores ONG.

—Bueno, pero lo que está claro es que el país está mal, los políticos se están robando la plata y necesitamos un cambio — dijo mi padre, con ánimos de cerrar la conversación.

—¿Y cómo? Si no hay nadie por quién votar, ¿por el guerrillero de Petro? ¡Ni loco!, ¿Robledo? ¡Semejante chucha!, ¿la lesbiana esa? ¡Qué tal! y tampoco por el imbécil ese de Duque, que para lo único que sirve es para lamerle las suelas a la rata del Uribe — dijo Oscar, muy emberracado.

Resulta que este personaje tampoco era uribista, es más, tenía mucho rencor por el ex presidente, igual o mayor que por los otros políticos más mediáticos del país. Oscar odiaba a todos y cada uno de los partidos políticos, no estaba de acuerdo con ninguna reforma, pero tampoco con ninguna protesta. Lo odiaba todo, nada lo representaba, tan solo él mismo.

El silencio se hizo presente al interior del vehículo cuando pasábamos por la 4ª Estadio. La incomodidad seguía en el aire y la expectativa estaba en qué momento alguno de los interlocutores agarraría palabra de nuevo. Oscar giró a la izquierda para tomar la Cra 2ª y vio a un grupo de jóvenes que lo hizo recordar otra cosa que también odiaba.

—Y esa alcahuetería con los de la Tolima, ya están estudiando gratis, entre esos mi hija, y se siguen quejando, pidiendo pendejadas. Yo no le pedí nada a nadie, todo ese poco de subsidios, que Ingreso solidario y que Familias en acción son para robarse la plata, yo no necesito que me regalen nada. Yo trabajo y hago lo que puedo.

Como Oscar, hay millones de personas en Colombia que también hacen lo que pueden, pero no a todas les alcanza. Para 2021, según cifras del DANE, son 21,02 millones las personas que subsisten con salarios mensuales menores a $331.688 pesos y de esas, 7,47 millones que sobreviven con ingresos mensuales menores a $145.004 pesos. ¿A cuántas de esas personas les alcanza?

Desde el puesto del frente, se despachó también contra los indígenas, contra “Los parásitos de FECODE”, y en general contra cualquier gremio, sindicato o agrupación que apoyara o no, el paro. Mi padre cambió el tema y le preguntó qué había que hacer entonces para conseguir un cambio.

—Matar a todas esas ratas, que el ejército se alce contra el Gobierno, los mate a todos y de un golpe de estado— afirmó Oscar con total seguridad.

—No, pues ahí sí que la embarraríamos.

—Entonces no se puede hacer nada y punto.

La incertidumbre, la desconfianza y el odio hacia la política, realmente no es algo raro en un país como Colombia, donde alrededor del 47% de las personas no salen a votar. La apatía por la representación y los partidos ha llevado a una porción importante de la nación a desentenderse de los procesos políticos y sociales, teniendo siempre un sinsabor de que no es posible hacer nada.

El trasegar histórico del país es responsable directo de esta apatía en las personas: los constantes escándalos de corrupción que nunca cesan, los fraudes electorales y la poca libertad de algunos sectores del país a la hora de votar. Hablar de política se ha convertido en un tema tabú, donde el primer sentimiento que aflora es el odio y el resentimiento.

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