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Rodrigo silva: El inmortal

Rodrigo silva: El inmortal

Ayer estuvo de cumpleaños el gran Rodrigo Silva, a quien hemos llevado siempre con alegría en un lugar predilecto de nuestro corazón.  No se trata sólo del artista extraordinario que fue, sino del portentoso ser humano que pude compartir a lo largo de varias décadas. Con él la vida era una fiesta en jornada continua así fuera para lamentarnos de lo malo que ocurría. Por eso, nada mejor premio para cualquier hora que su compañía. Su agudo sentido del humor, su memoria privilegiada, la cultura de que hizo gala desenfadadamente porque se trataba de un lector incorregible, son parte de las muchas cualidades de un hombre superior al común de las gentes y sobre todo al de los artistas. Lo acompañamos a lo largo del último cuarto de siglo a la celebración masiva de su cumpleaños.

Resultó fabuloso el innumerable desfile de artistas que pasaron por su casa atestada de gente que llegaba de diversas partes del país. La fiesta empezaba apenas comenzaba la tarde y llegó más allá de las primeras luces del amanecer. Pareciera, en medio de tanto goce por su existencia, que ingresáramos a una porción del paraíso. Se trata del artista más completo encarnando la última gloria viva del Tolima en el campo musical. Su nombre y sus acciones ya son una leyenda y hace ya mucho rato ingresó al territorio de la inmortalidad. Rodrigo Silva no sólo fue buen intérprete sino un compositor de primera y parte de sus canciones constituyen himnos del Tolima. Con él nos extasiamos los escritores colombianos. En su casa la tertulia fue más que grata y a uno no dejan de preguntarle siempre por su vida. Fernando Soto Aparicio, (q.e.d.),Germán Santamaría, Jorge Valencia Jaramillo, Fernando Ayala, Darío Ortiz Robledo, William Ospina y Jorge Eliécer Pardo, entre otros, lo evocan y repiten sus chistes, entonan sus canciones, saborean sus bromas y a veces termina más citado que Jorge Luis Borges. No es fácil llegar a estas alturas.

Son décadas de cultivar el saber ser artista y lograrlo. Existen quienes creen que el asunto consiste en apenas tener buena voz o saber dominar un instrumento. Son mecánicos. Les hace falta el alma y ese toque genial que sólo alcanzan pocos como si fueran magos consumados. Rodrigo Silva sí que lo encarnó y por eso logró enamorar un grupo o encantar una multitud hasta ser un artista popular. No se queda sin embargo ahí. Fue fácil verlo pintando y evocar anécdotas de los grandes maestros o conversar sobre sus cuadros como de una vecina que le guste. Y mencionar ciudades porque se paseó por ellas dominando el tráfico en Miami o Nueva York. Y qué no decir cuando se metía a pelear con las palabras. Inclusive dejó en mis manos una novela inédita que pulía con la paciencia de un artesano y el alma de un escritor. O cuando le apostaba a ser un columnista de diario para ir difundiendo verdades sin amargura y con la gracia de un humorista auténtico. O cuando jugaba a ser poeta leyendo primero con una voz de locutor antiguo los versos de canciones que portan el encanto y la magia de la poesía.

Podríamos también mencionar los momentos en que no era la guitarra la que tenía en sus manos sino un saxofón o el instante en que paseaba sus dedos certeros por el teclado de un piano para hacerlo vibrar como un concertista. Largo sería enumerar los instrumentos que se estacionan en su espíritu de músico versátil, convirtiéndose él sólo en una orquesta. Inclusive su transformación en deportista cuando nadaba o jugaba tenis. Y en el asombroso mago cumpliendo una presentación estelar que de un momento a otro desaparece algún objeto. Y cómo no referir al humorista que logra hacer reír a carcajadas. Inclusive al imitador de grandes voces haciéndolos resucitar. Es increíble ver a tantas personas en una sola. No debo dejar de mencionar al intérprete en varios idiomas sosteniendo un concierto apasionante. Surgía de pronto el declamador de viejos poemas clásicos y populares. Y el filósofo que cuestiona el ser y la nada, los políticos y las falsas amistades y el romántico que se abraza a antiguos boleros con su sensibilidad pegajosa para despertar sentimientos y recuerdos. He tenido el honor de que interpretara algunas de mis canciones como uno de los trofeos de orgullo más satisfactorios de toda mi existencia. Sólo por eso vale la pena haberlas escrito y más cuando fue en su estudio donde cumplimos el proceso de mi primer CD. Soy un letrista aficionado que en voces como la suya salta de enano a sentirse gigante.

Lo que hacíamos usualmente era celebrar su vida porque como ya lo he escrito, se escapó de la muerte varias veces antes del final. Inclusive contradijo los conceptos de los especialistas que lo daban como un hombre ya ido de este mundo. Estoy bien, yo no tengo sino cáncer, decía a veces. Pero continuó  cantando y encantando en conciertos de nunca acabar, divirtiendo a la gente de varias partes del país con la misma sonoridad de sus primeros tiempos. En el 2008, junto a Villalba, protagonistas del Tolima desde el siglo XX, celebraron 40 años de carrera artística con una gira nacional apoteósica, salas llenas y titulares de los más importantes medios de comunicación. Toda aquella memoria quedó consignada en su hermoso libro con la historia del dueto y a propósito grabaron un C.D conmemorativo. Fungió por algunas horas de carpintero, al elaborar pequeños y atractivos baúles donde reposan para deleite de quien quiera comprar los, 25 CDs con las mejores canciones del dueto.

La música pareció su mejor disculpa para seguir amando esta tierra. Fue cultivador de arroz y ajonjolí, dueño de tabernas y de restaurantes, de su amplio estudio de grabación y la disquera que creó con la convicción de que seguiría rodeado de música toda la vida. Vivía antes en una casa campestre más que amplia rodeado de patos y gallinas, perros adiestrados que cuidaba amoroso, una piscina confortable y su cancha de tenis. Su esposa, Carolina del Río, fue su sombra luminosa y acompañante incansable de sus sueños. Se trató del último matrimonio porque se desposó varias veces. Llevaba de casado no pocos años y dos hijos, el último, Juan David, su devoción inmensa, de apenas 16 y la primera que sigue como un recuerdo doloroso por su muerte accidental. Todos los lunes iba al cementerio para llevarle flores aunque lleva ya 20 años desde su partida. De sus matrimonios anteriores existe Rodrigo, músico pasional como su padre y de otro María Alejandra, sicóloga y Rodrigo Eduardo, piloto. El maestro Rodrigo Silva fue un cocinero de primera y añoraba los tiempos cuando encarnaba un comelón. Al final sólo alimentos blandos por su operación en el paladar. Preparó ceviches y postres, asado huilense de exportación, fríjoles y mondongo para ganar concursos. Compuso su primera canción a los doce años llamada Tiple viejo y para la época de la violencia, en una finca de su tío ubicada entre el Huila y el Tolima donde pasó varios años, presenció los atropellos de que eran víctimas los campesinos. Escribió entonces su canción Viejo Tolima, que plantea el desgarramiento de los seres que terminan expoliados y se quejan de ello con las palabras Me quitaron el rancho con las vaquitas/y aunque eran tan poquitas/ eran de mí.

Para Rodrigo Silva tocar unos treinta instrumentos, completar 265 canciones grabadas, 28 discos, 21 CDs, darse a conocer al país desde los veintisiete años cuando la firma Phillips les lanza el primer larga duración con éxito en mayúsculas, es el resultado de un esfuerzo sin tregua tras una lucha que empieza bien temprano. De madre chaparraluna y padre ibaguereño, el consagrado compositor e intérprete nació en Neiva el 14 de noviembre de 1944. Siguió amando también las rancheras. Cuando las interpretaba, parece que resucitara Pedro Infante. Perteneció a su club de admiradores y tiene la colección de todas sus películas y todas sus canciones. Es bueno repetir que se trataba de un romántico y un lector empedernido. Y que por su por su casa pasaron decenas de escritores consagrados. Los que repiten siempre el haber podido disfrutar de su compañía. William Ospina, Jorge Valencia Jaramillo, Fernando Ayala que hizo una novela sobre la herencia incalculable de su familia, Germán Santamaría, Héctor y Benhur Sánchez, Jorge Eliécer Pardo. Y que con él junto al incomparable Darío Ortiz Vidales y Gabriel King, por ejemplo, vimos amanecer muchas veces bajo el cálido sabor de su amistad y de su voz.

Alcanzar en su brillante carrera artística diez discos de oro, cinco de platino y lograr ser consagrados como Mariscales de la Hispanidad en Nueva York, en 1990, a más de los muchos premios, condecoraciones y homenajes recibidos de varios lugares de Colombia y otros países, es parte del gran resumen de una vida dedicada a difundir nuestra música vernácula durante cuatro largas y fructíferas décadas. Realizó giras al lado de María Dolores Pradera, Javier Solís, Carlos Julio Ramírez, Berenice Chávez, Daniel Santos, Yaco Monti, Los Visconti, Los Cuyos, Hervé Vilard y Alicia Juárez, entre una gran constelación de artistas. Corría 1967 cuando en una reunión de su familia, para unas fiestas de San Pedro, en el Espinal se dio el encuentro feliz de Silva y Villalba, el primero entusiasmado con la interpretación de música ranchera y el segundo amante del joropo y las tonadas del llano. Un amigo común les dijo, de manera oportuna al escucharlos por separado, que así lo hacían bien pero que juntos el asunto sería mejor. Desde entonces encarnan un orgullo de Colombia. Rodrigo escribió no sólo canciones, hizo una novela y un nuevo libro de memorias. Fue divertido como nadie y las calamidades nunca lo arrinconaron. Se trata nada más ni nada menos que de la última gloria viva de la música que quedaba en el Tolima. Estuvo sobrado de condecoraciones y diplomas pero la que más le gustaba era el
afecto de los amigos ciertos, parte de los cuales estamos en un libro que elaboramos cumpliendo un concierto de palabras en su homenaje. Hoy evocamos con dolor su partida con un poco más de 70 años y escuchamos sus canciones para sentirlo de nuevo al lado nuestro.

Carlos Orlando Pardo

Pijaoeditores.com

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