Opinión

A la memoria de dos pilares del periodismo en el Tolima

A la memoria de dos pilares del periodismo en el Tolima
Por: Ericson Rojas.
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Y no solo dejaron huella en sus colegas, también en la gente del común, amigos y conocidos quienes admiraron su carisma, tenacidad y entrega por este oficio del periodismo: El padre y periodista Javier Arango y su camarógrafo Daniel Rojas, dos seres humanos con quienes compartí una parte de mi vida.

Quienes conocimos al padre y tuvimos la oportunidad de trabajar con él sabíamos que no era fácil acoplarse a su ritmo acelerado y vertiginoso. él vivía por la noticia, moría por ella y la ejercía de una manera apasionante tanto o más que el sacerdocio, dos profesiones que supo conjugar de forma excepcional. Nadie se explicaba como el padre podía cumplir en un solo día tantos compromisos; programa de radio a las 5:00 a.m. en Ecos del Combeima, Eco Noticas con Arnulfo Sánchez, misa en el Colegio La Presentación, Sexta Brigada, luego en la Catedral, eso sumado a la corresponsalía para más de cuatro noticieros del ámbito nacional: TV Hoy, Criptón, Colombia 12:30, Noticiero Nacional, entre otros. Era una locura, un reto, aún recuerdo los viajes a cualquier parte del departamento a cubrir una noticia, no importaba la hora, ni mucho menos el medio para movilizarnos, por tierra, aire, allá estaba él, casi siempre primero que sus colegas, era muy difícil “chivear” al padre, tenía muy buenas fuentes; de las mejores, recuerdo que por esa época eran constantes los ataques guerrilleros a los municipios del Tolima, esas ofensivas crueles de los grupos insurgentes que afortunadamente ya poco vemos, nuestras vidas a diario corrían peligro, pero el riesgo no importaba con tal de llevarle la información al país.


El estrés diario de la noticia nos mantenía activos; hacer diferentes imágenes, sacar tres o cuatro micrófonos a la vez con sus respectivos logos para hacer una entrevista, grabar la voz en off de los informes, llegar a enviar micro ondas con el cronómetro exacto, todo era una verdadera proeza, ya ustedes se imaginarán la adrenalina del padre, pero a pesar de lo estrecho del tiempo, siempre llegaba puntualmente a sus compromisos eclesiásticos. Su andar apresurado, con la cabeza un tanto agachada, era algo característico en él, con un olfato periodístico increíble, precisamente esa habilidad le permitió vaticinar dos meses antes lo que sería la peor catástrofe en la historia de Colombia, la avalancha de Armero, nadie lo escuchó. De temperamento fuerte, muchos fuimos testigos de sus regaños, para él las cosas se hacían bien o no se hacían, de eso pueden dar fe sus grandes amigos y coequiperos: María Elsy Morales, Francy Liliana Sánchez, Humberto Leyton, entre otros, quienes tuvieron la oportunidad de trabajar a su lado. Pero detrás de ese carácter firme se escondía un ser noble, un amigo, un consejero, un ser humano solidario que ayudó a muchas familias en condición de vulnerabilidad y ni que decir de los abuelitos del Divino Niño. Sus obras quedaron en la retina de la sociedad ibaguereña.

Capítulo aparte merece también su camarógrafo, ese que lo acompañó hasta la muerte. Al lado de Miguel Ángel Borrero, Daniel Rojas se convirtió rápidamente en su mano derecha, desde un principio tuvieron afinidad laboral. Daniel era una persona carismática, sencillo, tomador de pelo, buen conversador, que caía bien donde quiera que llegaba, sus colegas y periodistas lo recuerdan con esa sonrisa que lo caracterizaba, profesional en su trabajo, no era común verlo estresado, un hombre enamorado de la vida, vivía para y por su hija Lina María. Fue él quien me llevó recién terminé mi bachillerato a trabajar con el padre Javier, ambos fuimos creciendo laboralmente de la mano del sacerdote, quien se convirtió para nosotros en más que un jefe en un amigo, siempre confió en nuestro trabajo.

Con Daniel, mi hermano, compartimos muchas cosas; trabajo, familia, risas, alegrías. Era un apasionado por el fútbol, lo que pocos saben es que el día anterior al accidente, es decir, el viernes, él regresaba de sus vacaciones y yo me disponía a tomar las mías, recuerdo que esa noche cuando nos despedimos me pidió que lo reemplazara en el viaje, pues tenía un partido que jugar, yo de manera jocosa y entre risas le dije que no fuera descarado, que apenas había llegado de su descanso y ya pidiendo reemplazo; hoy quizás me arrepiento, Dios lo quiso así.    

Más de dos décadas después vale la pena exaltar la memoria de dos grandes profesionales que murieron en el ejercicio de su deber; haciendo periodismo, su legado continuará por siempre.

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