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El lenguaje de “Cantinflas”

El lenguaje de “Cantinflas”

Mario Moreno convirtió al lenguaje de la plebe en verbo: cantinflear. Lo hizo como no queriendo la cosa. Irrumpió sin “premeditación, alevosía y ventosía” en un contexto social donde  las palabras parecían pertenecer sólo a unos cuantos, los que sí sabían expresarse. De ahí que Cantinflas, el peladito, simbolizara el “empoderamiento” de “los otros” que existen y dicen “cosas”, ¿qué? Ahí está el detalle...

Para llegar al detalle, primero, veamos de dónde salió el mexicano que con pantalones caídos, camiseta harapienta, chaleco viejo y sombrerito chistosón,  aseguró ser “el primero en ir contra las injusticias de la justicia”. Fue en  Santa María la Redonda, ciudad de México donde nació Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes,  el 12 de agosto de 1911, sexto hijo de una familia de 15 hermanos, casi todos nacidos en Michoacán. 
 
Mientras Mario crecía, México pasaba de la cruda revolucionaria a una etapa de “civilización del poder”, se fomentaba la industrialización, la alfabetización y se auguraba el milagro mexicano. Sin embargo, la familia del futuro cómico no gozaba de éste, y él mismo tuvo que dejar de estudiar medicina para improvisar. 
 
Aunque nunca hubo artistas en su familia, Mario empezó a trabajar en una carpa en Tacuba. “La carpa fue una de mis mejores escuelas” dijo a Jacabo Zabludovsky en una entrevista para el programa Efemérides, en 1967. Quien murió el 20 de abril de 1993, a los 82 años, víctima de cáncer pulmonar, recibió 15 pesos por su primer contrato de un mes. 
 
Antes de que Miguel Contreras Torres descubriera en Mario a un cómico capaz de protagonizar 50 películas, éste se enamoró de Valentina Ivanova Zubareff. Se casaron en 1936, ella tuvo un hijo de otro, pero el llamado mimo de México lo adoptó. Hasta 1989 Zubareff fue conocida como la única esposa del actor, pero ése año, Joyce Jett, originaria de Houston, Texas, entabló una demanda de divorcio y exigió el pago de 26 millones de dólares a el bombero atómico.
 
En 1940 Cantinflas, literalmente, salió a pelear en un corto llamado El boxeador. Se enfrentó a el Ángel Infernal. Ya había aparecido en No te engañes corazón, pero, según el propio Mario, el corto fue el paso a  Ahí está el detalle, la película dirigida por Juan Bustillo Oro, que marcaría el mito del cómico a quien sus detractores no ven como el mejor de México. 
 
Así Mario Moreno fue desplazado por personaje multiusos que se desempeñaba igual de barrendero, padrecito, policía, diputado, médico, conserje ó profe como resultado de “una observación de nuestro pueblo... yo, en cualquier condición que esté, soy pueblo”.
 
Era pueblo, más en sus primeros trabajos donde, según Monsiváis, Cantinflas  se “apodera de un idioma a través de fórmulas laberínticas” para  muestra, las palabras de una escena pa’ no pagar la renta: “déjeme que ahogue mis penas bebiéndome las lágrimas de mi profundo dolor nacidas del abandono de la infelicidad”. Hablaba para decir, nada, los demás lo escuchaban para no entender, apuntó el difunto cronista. 
 
Ahí el detalle de la importancia de Cantinflas dentro del folclor nacional, en su uso del lenguaje. Cosa aparte fueron las disputas por su herencia o sus obras de altruismo.
 
Cantinflas se volvió verbo para reinterpretar: “... y entonces Dios les dijo, comerán el pan con el sudor de su frente... todos los que son tontos comen pan con sudor, es una cochinada, dónde está la higiene, así que mientras se sude no trabajaré nunca”. 
 
En el cantinflear está una parte del mexicano: la incoherencia expresiva que de todos modos, expresa. El desparpajo oral que da una muestra de quién se es. Si no me cree escúchese, léase, ríase, juegue, total, el lenguaje no es jabón que se acabe y si se acaba pues es porque así tendría que ser, porque de no tener que serlo, no se acabaría. Y, al final, dígame qué cree usted que querrá decir el mexicano.
 

 

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