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Toño Nieto: la luz de su propia oscuridad

Toño Nieto: la luz de su propia oscuridad

Por Carlos Pardo Viña | Escritor y periodista

El fin de semana pasado vi a Toño Nieto. Un glaucoma lo dejó ciego. Casi no puede salir de casa y si lo hace, es gracias a algún amigo que lo recoge y lo lleva a Bohemia, el bar de la carrera cuarta entre 11 y 12. Toño afina su oído e intenta descubrir las voces de quienes lo saludan para intentar ponerle nombre a las sombras. Julio, el dueño, lo invita al escenario. A tientas, se pasea por entre las mesas mientras que ajustan el sonido para él. Toma el micrófono y queda de pie frente al público. Luisa, desde la consola, deja sonar las pistas de sus canciones preferidas. Canta Amada mía, de Cheo Feliciano, Hola soledad y Las cuarenta, de Rolando Laserie. Sigue llevando su mano izquierda a su oído y cierra los ojos para concentrarse. Su cuerpo baila y su voz de sonero y bacán inunda la noche. Entre el sonido de las trompetas y los pianos y los cueros, Toño se niega a vivir en la oscuridad. Cuando canta, las sombras no existen. Ni para él ni para quienes lo escuchamos.

Toño nieto le canta a Ibagué

Hasta hace muy poco, Toño Nieto recorría las calles de Ibagué, como Pedro Navajas, con ese tumbao que tienen los guapos al caminar. Sus zapatos siempre claros, casi blancos, parecían guardar la memoria de los pasos recorridos en esta ciudad de la música. Ya pasaron sesenta años desde aquella tarde en la que don Luís, el zapatero de la esquina del barrio El Carmen, le pusiera cueros en frente para que lo acompañara con otros amigos en una murga que se hizo famosa en las novenas de 1958; y poco más de cincuenta años desde que se iniciara en la noche acompañando en los coros y las congas las más reconocidas orquestas de la Ibagué de los sesenta.

De la vieja casa materna de la 22 con 6 que hoy habita nuevamente en una suerte de destino que lo ata a su tierra, Toño dio el salto a Bogotá de la mano de Chicho Medina, el gran trompetista barranquillero. Y entonces, el mundo de los grilles, las orquestas y las vedettes. Los grandes se peleaban por su voz y sus manos pegándole a los cueros. Ahí estaban Alfredo Linares, el creador del mambo Rock junto con Pete El Conde Rodríguez, de la Fania All Star; los Reales Brass y Joe Madrid, el director de la orquesta de Mongo Santamaría e Ismael Rivera y Ángel Canales y Ramón Ropaín, uno de los mejores compositores antillanos. Todos lo querían a su lado. Fue Jimmy Salcedo y su Onda 3 quien lo sedujo para hacer parte de su grupo y con él, el salto a la televisión colombiana. Y entonces llegó la fiesta y la bohemia y la droga. Y en medio del remolindo de su vida, pintó de leyenda su vida de sonero y bacán grabando un larga duración con Daniel Santos, el jefe.

Toño Nieto Sello de Amor   

“Toño Nieto grabó con Daniel Santos y Joe Madrid, se llenó de gloria en la Feria de Cali por allá en los ochenta, hizo parte de la historia de la televisión colombiana en el Show de Jimmy y grabó una treintena de trabajos discográficos de las orquestas más importantes del país. Hoy, ciego, sigue iluminando la noche”.

Discos Ícaro le dio la oportunidad de grabar su primer trabajo solitario en los ochenta. Tropicolombia, soñó alguna vez, y así lo llamó. Reunió los artistas más importantes del momento, los mismos que años más tarde crearían el grupo Niche y grabó más de cincuenta composiciones suyas en tres trabajos que hoy forman parte del imaginario popular. Allí descansa su Pa´la sultana con la que se vistió de gloria en la Feria de Cali de 1983 y otras tantas que aún suenan en la radio después de tantos años.

En 1991, sin norte, regresó a Ibagué. Las orquestas y los grupos  no dudaron en llamarlo para que llenara de rumba las noches de concierto que cada vez eran menos frecuentes: la música tropical ya no tenía el esplendor de las décadas anteriores, los clubes ya no contrataban orquestas grandes sino un cantante con piano secuenciador que reemplazaba las trompetas y las sordinas, los cueros y el piano, el contrabajo y los trombones.

Con parte de la historia de la música antillana escrita con sus manos en los cueros de las congas, Toño se resistió a bajar la mirada. Cada noche salía armado de boleros y sones para hacer un viaje al pasado siempre glorioso de la música que ama. Escucharlo, es sentir a los grandes antillanos justo al lado, mientras el gran Toño recuerda las noches que pasó de niño junto a una vieja radio alemana, escuchando por onda corta una emisora de barranquilla, intentando aprender los ritmos de los que con el tiempo, sería el dueño absoluto.

A veces, lo veía pasar por las calles. Pocos lo reconocían. Nadie sabe que por sus manos pasó la historia de la música antillana de los ochenta, nadie sabe que grabó con las grandes voces y las grandes orquestas. Siento la necesidad de gritarlo.

—Ese es un bacán, ese es el sonero de la tierra, ese es un grande.

Nadie escucha. Los días de gloria parecen reposar sólo en su memoria y, sin embargo, con el tiempo en sus espaldas, Toño Nieto sigue dando una pelea sin tregua contra el olvido y, ahora, también contra la oscuridad, esa oscuridad que se hace luz cuando cierra sus ojos, lleva su mano al oído y canta un bolero viejo.

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