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La rebelión de los encerrados

La rebelión de los encerrados

Entiendo las difíciles condiciones sanitarias no sólo del municipio sino del país entero. Enfrentamos un nuevo pico de la pandemia, los hospitales están saturados, y los gobernantes, los de aquí y los de afuera, no han encontrado un camino diferente al encierro total para sortear la crisis. Sin embargo, en una ciudad como Ibagué, sin grandes empresas y sin industria, que depende económicamente del trueque, yo te compro una empanada, tu me compras una camiseta, con una tasa de informalidad del 53% (trabajadores sin contrato y sin prestaciones) y un desempleo del 20%, era casi natural que se gestara la rebelión de los encerrados.

Si la crisis económica y social fue la protagonista del 2020, en este año la cosa no pinta mejor. Es fácil desde la comodidad del ingreso fijo, exigir cuarentenas prolongadas; pero para quienes viven del rebusque, que en Ibagué es más de la mitad de la población, las alternativas se agotan.  Los gobernantes hablan de que hay servicios no esenciales, como los bares, pero ese bar es esencial para el pequeño empresario y para todos los empleados que viven de él. Cada negocio es esencial: genera empleo y le da a esos ibaguereños la posibilidad de llevar comida a su casa. No hay servicios no esenciales y en una ciudad en la que el desempleo es el principal problema, los gobernantes deberían estar buscando salidas creativas para proteger el que hay. Pero no… viene el virus… hay que encerrarse.

Los gobiernos culpan a los ciudadanos. Todo es por su indisciplina social. Seguramente. Somos unos indisciplinados y no cabe duda de que bajamos la guardia ante el virus. Pero también entiendo que la gente tenía que salir. En Ibagué no hay manera diferente de vivir que no sea rebuscándose el mercado en la calle. La gente no aguanta más ni el encierro ni la improvisación. Porque de eso también ha habido. No ha existido una política seria de largo aliento para enfrentar la pandemia. Damos botes y sacan un papel con un publíquese y cúmplase de acuerdo a la coyuntura y a las cifras de cada día. Pero política de largo plazo? Una que proteja el empleo? Una que proteja la salud? Ninguna. No se les ocurre nada.

En una ciudad pequeña como Ibagué, permitir la apertura con controles permanentes es mucho más fácil que en una metrópolis como Bogotá. Ibagué aún es manejable. Visitar los sitios, evaluar los riesgos y las medidas de bioseguridad que adoptan, es posible. De nada sirve encerrarnos en la noche y abrir en el día: el nivel de contagio es mayor en esas horas porque es cuando la gente está afuera.

Pensamos que lo peor había pasado pero no, pensamos que la primera cuarentena había sido suficiente, pero no, y perdimos tiempo valioso para preparar la ciudad sanitaria, económica y socialmente ante la fiereza del Covid.

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