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Elogio lírico del Tolima

Elogio lírico del Tolima

Deja que una vez más te nombre, ¡oh tierra!, y que mi lengua sepa a tu sustancia. Que mi tacto se prolongue sediento, largo, vibrante, codicioso por tu llanto inmenso. Que el ser desesperado pueble de nuevo el ámbito necesario de mi aliento. Que se hundan mis huesos, como rugosas raíces, en el cerco emocional de mi destino. Que se encuentren así mismo mis efectos con la ceniza iluminada de los antepasados. Que se identifiquen mis querencias con la desbordada alegría en el lugar donde habitaban ante la dura soledad y el llanto.

Desde la piel del tiempo comienzan a asomarse con su desvanecido rostro y vienen por las aguas bautismales el gran río, y se detienen en las calles, como venas que la sangre terrígena recorre. Han venido desde la noche milenaria sin testigos con su mensaje de siempre vivo y tenaz de música y de guerra.

Aquí está el valeroso y reiterado tropel de un pueblo de sonidos trayendo la canción del agua entre sus manos generosas, curtidas por la fatiga de la incesante brega cotidiana. Han venido entre los claros nubarrones del fiel cielo tolimense, nunca tan nuestro, nunca tan bien soñado, como ahora. ¡Cálido cielo tolimense apenas visible entre sus resplandores; inclemente se ha quedado prisionero en la atarraya de nuestros goces definitivos, allá en sus ríos traviesos,  en medio del pecho de la tierra , ante la mirada absorta de sus altas torres suspendidas , que desafían en líneas de silencio!

De nuevo está aquí el Tolima con su turbulento, fuerte y desgarrado manantial de evidencias. Recostado a la orilla del tiempo superado a los trágicos designios y a las fatales ocurrencias de su historia lejana o reciente. Aquí está mi Tolima con la canción que brota de sus labios, con su altivez de tallo siempre erguido, con el fuego creador que desespera en el sediento y noble corazón del hombre campesino, -con su hierbas puras que invitan al éxtasis, con el incendio de sus cámbulos, con el agua persistente que crece en las acequias y comienza a henchir los ríos que gimen ya con su nocturna carga de lodos vegetales.

Aquí está el Tolima en su inmenso crecer de aguas sin sosiego, con su devastadora verdad de desafiante guerrero sin reposo, con su alma de tempestad desatada. Aquí está mi Tolima con la intacta materia de sus valores más preciosos salvados del ajeno trabajo a los años adversos.

Aquí está mi gran Tolima, dejando, como los que cavan su propia tumba en el sueño, la crucifixión de un girón de pasado en el cual no encuentra identidad la suspirante y confiada algarabía de su superación definitiva.

El tiempo se extiende en ondas crecientes y sin pausa y vamos dejando atrás lo que tiene para nosotros sentido verdadero… y allí quedan entonces las tempestades vencidas, las luchas inútiles, los odios relegados. Solo acude el olvido con su hastiada mano para dejar eternamente sepultado el cadáver de nuestras propias equivocaciones. Aquí está mi Tolima superado, pujante, seguro con la palabra esperanza flotando como una redentora bandera en el paisaje.

Ha llegado también con su risueña faz de la alegría mi ciudad de Ibagué. Viene tejiendo su constelación de lunas, pregonando su llamarada centenaria, con su sueño de lámpara antigua, con sus atardeceres pincelados de naranja. Con sus atrevidos ojos de trópico que nunca han visto el mar sino el intenso azul del cielo al mediodía. La ciudad está aquí suspendida en el aire, en una pausa de su fatiga diaria, más allá de su angustia, con el evangelio de una vida mejor madurando en la mano del sol como una espiga.

Corre bajo los pies de mi ciudad su murmurante río de aguas ancestrales, de aguas blancas y desnudas donde se baña la memoria de sus horas y sus días, mojando con caudales las tímidas arenas del silencio, latiendo entre sombra, cantando su corazón prisionero, mientras arrastra recuerdos de interminables sucesos. Aquí está también con nosotros el hermano río Combeima y nos ofrece el hechizo de su sinfonía de espuma.

Soy apenas el mensajero de una raza y el emisario de un pueblo de sonidos distantes. Siento crecer en mí la pasión de la tierra. Amo al Tolima y en él y en su gente me reconozco; y en él y en su gente me identifico; y en él y en su gente creo con una infinita y esperanzada razón. Un calor húmedo y cierto me regresa siempre a las grandes noches del Tolima, mi Tolima, en donde un vasto desorden de aguas grita al alba su vocerío vegetal, su vital poder, entre las ramas del sombrío, mientras chorrea en la mañana, el borboteo espeso de la miel en los pulidos calderos de cobre, en tanto el arado recita allá en el plan su poema viril de madrugada. Y es entonces cuando peso mi ilimitado, mi convencido, amor por el Tolima. Mi irrevocable pasión por todo cuanto este simbólico y sonoro nombre significa.

En nuestro suelo hay presencia y plenitud de raza. La arcilla de la tierra se duerme en nuestras manos y se quiebra la voz que salta estremecida en la bohemia garganta de los tiples. El Viejo. El sabio. El padre tiempo como un niño se ha dormido, ha detenido su marcha presurosa al ver que la belleza del Tolima se reflejó en las aguas amorosas del río, con el mensaje vivo de una iluminada eternidad.

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