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Así vivió Ibagué el asesinato de Gaitán hace 73 años

Así vivió Ibagué el asesinato de Gaitán hace 73 años

Este escrito sin duda, constituye no solo una pieza histórica de lo que vivió la capital del Tolima hace 73 años, sino una joya periodística de los hechos que han marcado el acontecer diario desde entonces en Ibagué, el Tolima y el país.

Gracias a la acuciosidad investigativa del estudiante de periodismo de la Universidad del Tolima, Edwin Gutiérrez, llegó a la redacción de este portal (El Cronista.co), el documento publicado originalmente en El Tiempo, el 18 de abril de 1948, que narra con detalles lo sucedido el 9 de abril del mismo año en Ibagué, escrito por Alejandro Vélez Alzate, más conocido como “El Conde D’Athaluz”, un conocido personaje de la época, que vestía impecablemente trajes oscuros, camisas blancas, corbatines negros, brillantes zapatos negros, una capa de paño negra forrada en satín, y un sombrero de semicopa del mismo color.

Según Alberto Santofimio, escribía sus crónicas y relatos a mano y con lápiz, sentado en una de las mesas del café Nutubara, ubicado en la esquina de la calle 12 con carrera 3ª donde hoy se encuentra el edificio de Kokoriko, acompañado de Julio Galofre y del maestro Nicanor Velásquez Ortiz. Los escritos luego eran transcritos en las viejas máquinas de Marconi o teletipos que funcionaban en la calle 13 entre carreras 3ª y 4ª y enviados a El Tiempo en Bogotá.

Los dejamos con la crónica del 9 de abril en Ibagué, de D’Athaluz, corresponsal, como se firmaba el recordado “Conde D’Arthaluz”.  

Ibagué, 18 de abril de 1948 – Recobrada la tranquilidad social, después de las intensas horas de caos, zozobra y enardecimiento popular que produjo el villano y execrable asesinato del caudillo doctor Jorge Eliécer Gaitán, vamos a dar un relato fiel, conciso e imparcial de todo cuanto ocurrió en esta capital desde el instante mismo en que la ciudadanía se impuso que la vida ilustre del benemérito conductor colombiano había sido cegada a manos de oscuro asesino. 

A las trece y cinco minutos del trágico día citado, el liberalismo ibaguereño se impuso por las radios de Bogotá de la infausta noticia. Inmediatamente se lanzó a las calles preso de ira, convulsionado, enardecido y agobiado por el intenso dolor, a exteriorizar su pena y a lanzar a los vientos su airada protesta y su grito de indignación incontenible. Vimos a gentes de todas las clases y de ambo sexos. De todas las edades y de todos los linajes. En los rostros despavoridos por la pena se dibujaba el signo de la ira. Pendones rojos y banderas de la patria entrelazados en cintas negras tremolan a los vientos, conducidos por manos obreras y campesinas, por mujeres e infantes, por jefes y soldados civiles del liberalismo, pidiendo justicia para el esclarecimiento del crimen y prisión para los autores intelectuales de él. El conservatismo mientras tanto, movido por un natural instinto de conservación buscó refugio en sus hogares y en residencias de amigos liberales, quienes en gesto de cívica gallardía libraron a centenares de adversarios políticos de ser ultimados por la vindicta popular.  Mientras esto ocurría las directivas liberales se reunían y organizaban los planes revolucionarios de ataque y de defensa llamando voluntarios, integrando batallones de reservistas y tomándose sitios estratégicos.

A la vez la radio local daba órdenes e instrucciones y retransmitía las noticias de Bogotá. A las dos de la tarde llegó al palacio de gobierno el gobernador Paris Lozano, a quien el pueblo pidió que no entregara el mando, a lo cual el gobernador contestó afirmativamente dando con esto pruebas de su irreductible liberalismo. También llegaron el alcalde de la ciudad, doctor Vélez Botero; el mayor Cortés, comandante del batallón; el jefe de la policía, mayor Grimaldo y numerosos dirigentes del liberalismo. Así, congregados estudiaron la situación y esbozaron los primeros rumbos de acción a cumplirse. La actitud del ejército y de la policía en esos momentos infundió ánimo y fervor al pueblo y decisión de lucha en las masas populares.

A esta altura de los acontecimientos, ya se había organizado en el parque Andrés López de Galarza otra manifestación integrada por hombres armados de machetes, peinillas, cuchillos, garrotes, y toda clase de instrumentos contundentes, quienes enceguecidos por la ira, vencidos  por el instinto de venganza, inconscientes por la punzada del dolor, iniciaron en forma irresponsable el saqueo, el pillaje y el incendio de los establecimientos y almacenes de propiedad de elementos conservadores, en forma inhumana y reprobable que ha merecido la justa protesta de la gente de bien. Ante estos hechos bochornosos oímos a liberales que exclamaban: “Esto no puede ser obra de hombres que se dicen pertenecer al liberalismo colombiano”.

En esta forma fueron saqueados e incendiados los siguientes almacenes, establecimientos, cafés y residencias: 10 panaderías del señor Carlos Rengifo; los cafés Volga, Colombia, Amazonas y Nilo; las prenderías de Juan Rangel y Rafael Salazar; el almacén de artículos de lujo de los señores Torres y Juan y Tulio Jiménez; el almacén de rancho y licores de don Marco J. Ramírez; el almacén de calzado La Corona, de Carlos Arbeláez; las imprentas de Narciso Triana y José Ignacio Céspedes; parte de las papelerías de Pedro A. Niño y Eustacio Tovar; la gerencia de “El Derecho”, de propiedad de Floro Saavedra; los despachos de abogados de los doctores Daniel Valencia, Ezequiel Debía, Julio Rengifo, Juan María Arbeláez, Jorge Altuzarra Lezama y Demetrio Viana; las residencias (totalmente saqueadas) de los doctores Rafael Dávila, senador de la república y Hernando Forero Rubio, cuyas distinguidas familias, antes de consumarse el reproblable vandalaje encontraron noble asilo en casas vecinas; de lo contrario habrían sido víctimas propiciatorias de la indignación popular.

Parte del gabinete dental de Luis Forero Latorre, una tienda de un ciudadano chino; las casas de Bernardino Rubio y Eugenio Varón Pérez. Los señores Mejía, propietarios de la Ferretería Volga, evitaron el saqueo, pues al ver que iban a ser víctimas de los descontrolados manifestantes les entregaron la existencia de machetes, con lo cual se salvaron de perder la totalidad de los artículos. Por intervención valerosa de varios liberales se evitó el vandalaje de numerosas residencias y almacenes, entre éstos los de los señores Emilio Perdomo, Manuel Álvarez Angulo, Leonisa Arbeláez y el Café América.

Toda esta macabra escena realizada por seres sin conciencia, que obraron libremente y sin obstáculo alguno, ya que la policía y el ejército estaban ausentes de los lugares preparando planes defensivos para mayores sucesos, culminó con el incendio que manos criminales hicieron estallar en la penitenciaría y en uno de los pabellones de la plaza de mercado, salvándose solamente los coloniales y vetustos murallones que los sostenían desde tiempos inmemorables. Cuando todo lo anteriormente relatado sucedió, el coronel Eugenio Varón Pérez, director del penal en acto irreflexivo e imprudente ordenó a los guardianes a su mando hacer fuego sobre el personal de la policía, cuyo cuartel queda precisamente frente al panóptico y a pocos pasos de distancia, iniciándose un fuerte tiroteo, en el cual tomaron parte numerosos particulares armados con revólveres y fusiles. Momentos después, una compañía del batallón al mando del teniente Pinzón reforzó a la policía y a los civiles y luego de dos horas de lucha los guardianes se rindieron, las puertas del penal se abrieron, produciéndose la fuga de la totalidad de los presos que en precipitada carrera y a los gritos de “viva la libertad”, se extendieron rápidamente por todos los ámbitos de la ciudad, sembrando terror y consternación pública. Caída la sombra de la noche, varios de estos desalmados se dieron a la tarea de cometer actos salvajes como violación a la fuerza de sencillas, indefensas e impúberes doncellas de la clase media.

Estos sucesos contra la moralidad se operaron hasta el jueves pasado en los suburbios alejados del centro, y se lograron contener gracias a la acción eficaz y tesonera de la policía y del ejército que se dieron a perseguir y detener a sus vulgares y despreciables autores. Otros prófugos se han trasladado a poblaciones vecinas, campos y veredas, donde están cometiendo toda clase de fechorías, como robo de ganado y atracos. Se nos informa que uno de ellos marchó al municipio de Alvarado y allí asesinó a un sacerdote español, de quien el preso había sido arrendatario en años anteriores. Del combate entre revolucionarios y guardianes de la cárcel, resultaron dos muertos: el coronel Varón Pérez, quien quedó macabramente desfigurado y a quien fue difícil reconocer, pues el rostro le quedó completamente aplastado. Se dice que fue muerto por un preso a bala y cuchillo. El obrero de la fábrica de licores, David Triana, excelente trabajador liberal, quien en actitud de intrepidez y coraje de héroes desafió el torrente de balas para penetrar al penal, en lo más álgido de la contienda, recibiendo un certero balazo que le atravesó el ojo izquierdo, quedando instantáneamente muerto. 

En la misma luctuosa fecha, a eso de las tres de la tarde, Bernardino Rubio se atrincheró en su casa y almacén y previendo que sería atacado y saqueado, se dio a la tarea de hacer frecuentes disparos sobre un grupo de manifestantes, y de acuerdo con informes se dice que dio muerte a tres, cuyos nombres no nos ha sido posible conocer. Cuando Rubio observó que se le había acabado el pertrecho, huyó hacia el interior de la habitación, siendo alcanzado y ultimado horriblemente. Su cadáver fue arrastrado luego por algunas calles de la ciudad. Y su residencia y almacén incendiados y robados.

En la lista de heridos graves en la noche del viernes, se encuentra el distinguido joven bogotano y corresponsal especial de “El Liberal”, don Antonio Vásquez, quien fue herido de un balazo cerca al corazón, cuando en compañía de los señores Ernesto Lucena Bonilla, Miguel Gordillo y un grupo de liberales se dio a evitar que fuera saqueado e incendiado el almacén de don Manuel Arbeláez Angulo, cometido que no se cumplió. El colega y amigo, aun cuando no ha pasado el peligro, ha mejorado en forma favorable. El proyectil no ha podido ser extraído aún, ya que esta operación es bastante delicada y arriesgada. El agresor no pudo ser detenido y se ignora su nombre y filiación. El noble gesto de Vásquez y demás compañeros ha sido muy elogiado por la gente de bien. 

Se nos informa que los muertos ascienden a quince, pero solamente han sido identificados los siguientes: Eugenio Varón Pérez, Bernardino Rubio, Rafael Salazar, conservadores; David Triana, Adolfo Cruz, Silvestre Bermúdez, Abundio Mendoza y Luis Granobles, liberales. La lista de heridos, contando algunos traídos de Cajamarca y Rovira, es la siguiente: José Antonio Álzate, Vicente Garzón, José Agustín Hernández, Valerio Cejano, Andrés Arteaga, Gabriel Hernández, Gustavo Navia, Armando Arroyave, Alberto Henao, Luis Rodríguez, Heliodoro Vanegas, Héctor Salazar, Bartolomé Arciniegas, Ernesto Falla, Leonor Robayo, Manuel Sierra, Alberto Cuesta, Carlos J. Gómez, Juan M. Suárez, Aristóbulo Guzmán, Alfonso Briñez, Roberto Reyes, Luis E. Rodríguez, Rafael Juano, Antonio Vásquez, Jesús María Betancourt, José A. Hernández, Carlos Vargas, Anastacio Ospina, Santiago Forero y Antonio Salazar. Todos estos heridos han sido atendidos noble y humanitariamente por los facultativos doctores Jaime Varela, Eduardo Kairuz, Gonzalo Echeverri, Cupertino Criales, Alfonso Velásquez y Eduardo de León, para quienes el partido tiene deuda de gratitud imperecedera. 

Son dignos de reconocimiento y gratitud por su ejemplar conducta, el gobernador del departamento, doctor Gonzalo París Lozano y sus secretarios de gobierno y hacienda, doctores Bernardo Rodríguez Ch. y Pío Poveda, el comandante del batallón acantonado en esta ciudad, mayor Eusebio Cortés, sus oficiales y soldados, el alcalde doctor Alfonso Vélez Botero, el mayor Grimaldo, comandante de la policía, sus oficiales y tropa y toda esa masa ignorada que en gesto varonil empuñaron las armas para defender el orden y la tranquilidad públicas y para evitarle a la patria amenazada la horrible hecatombe de una contienda entre hermanos colombianos.

También se rinde homenaje de admiración y adhesión irrestrictas al egregio tolimense, doctor Darío Echandía, quien una vez más, en gesto republicano que enaltece y dilata su prestigio de egregio colombiano, ofrendó su talento, su inteligencia y su decoro personal en bien de la tranquilidad y la paz de la república. La patria y el liberalismo tienen fe ciega en el patriotismo de este insigne caudillo, que es en la hora presente la más clara y simbólica promesa del futuro inmediato. 


D´ARTHALUZ, corresponsal.

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