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Wayra Tumiñá, hija del agua y la palabra

Wayra Tumiñá, hija del agua y la palabra

Hago parte de un todo. Me lo repito cada mañana desde que tengo memoria. Soy una Misak de cepa, soy lo que mis ancestros me han heredado... soy hija del agua y la palabra. Mi primer nombre es Pøsr. Como nadie sabe cómo se pronuncia, entonces me llaman por el segundo. Soy Wayra Tumiñá. De hecho, soy Wayra Velasco Tumiñá, pero el Velasco traído de Europa no representa lo que soy. Soy Tumiñá por el árbol que nos dio el fruto de la vida.

Wayra es una indígena Misak. Su pueblo es originario de Guambía en el Cauca, al sur de Colombia. Los Misak habitan en lo más alto de las vertientes nororientales de la cordillera central, cruzando por toda la Colombia diversa y abusada, hasta llegar al departamento de Bolívar. Es la menor de diez hermanos. Todos en su pueblo tienen rasgos similares: ojos negros, piel morena, cabello lacio y una estatura que no pasa de 165 centímetros. A veces los confunden con los peruanos, pero la verdad es que su cultura y sus pequeños detalles los hacen diferentes. Tanto su idioma, el Namtrik, como su relación con la tierra, los hace únicos.

Desde los 14 años trabajó con la medicina tradicional. El Taita le compartió conocimientos que jamás pensó complementar con lo que una universidad le ofrecería. Siempre quiso quedarse con la gente de su pueblo, pero ante la insistencia de sus padres de presentarse ante una universidad, Wayra debía repensar su decisión.

 —Lo único que pensaba en ese momento era en mi amor por la vida, la naturaleza y las plantas. Podría complementarlas con los actuales conocimientos que tenía— dice Wayra. Sus ojos, aun infantiles, brillan.

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Wayra ingresó a la Universidad del Tolima en el 2014. Su amor por la naturaleza la llevó a escoger la carrera de Biología. Aun estando lejos de su pueblo, siempre tuvo claro que debía aprender más cosas para volver a sus raíces y enfocarse en lo que sus ancestros y familia le heredaron.

—               El primer día de clases tenía mil emociones mezcladas. Arrendé una pequeña habitación a dos cuadras de la Universidad, que quedaba al lado de la habitación de mi hermano que llevaba más años aquí.

Esa mañana, cuando abrió los ojos, estaba encerrada en cuatro paredes blancas. El bahareque que rodeaba sus días, ya no estaban. Sus pies tocaron el suelo y el frio de la baldosa la congeló por un momento. No había pasado una hora y ya extrañaba el polvoriento suelo de cemento, el pasto del patio, el saludo de sus padres, el aire fresco…

—               Cinco años y aún no me acostumbro al cubo blanco y a estar lejos de mi hogar...

El primer día, todos la miraban extraño por sus vestidos y le preguntaban sobre todo. El primer choque con la nueva realidad fue al entrar al laboratorio, donde el profesor explicó que no debían ir en faldas, sandalias. Wayra comenzó a cambiar, no por encajar, sino para adaptarse al nuevo mundo que la enfrentaba. Sabe que si pierde su cultura pierde su razón de ser, pero se arriesgó a guardar su paish, cambiar su lazik por un jean y sus sandalias por tenis.

Wayra siempre regresa a su pueblo en agotadores viajes de once horas cada uno. Se siente atada al tejido de su comunidad y en la universidad es líder en diversos espacios muchas veces no son tenidos en cuenta: pueblos afros e indígenas, culturas permeadas por el devenir urbano y tradiciones olvidadas por la desatenta monotonía.

En su pueblo conviven 250 mil habitantes Misak, de los cuales sólo cerca de 168 mil hablan Namtrik. Su lengua comienza a estar en riesgo, muchos se han marchado y han olvidado poco a poco su cultura. Wayra no.

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—               Yo soy muchas cosas que me han dado. Todo lo que he aprendido es importante y por eso lucho por la perduración de las tradiciones de mi pueblo compartiendo mis conocimientos.

Cuando Wayra llegó a Ibagué, la escritura también fue otro choque: en lengua Namtrik no se utiliza la c, d, f, g, j, q, v, x y z. Wayra confunde la o con la u, la s con la z. Y a pesar de que en el colegio le enseñaban el español, ella creció correlacionada con el idioma de sus antepasados, Pishimisak y Kaick, lenguas de la misma tierra, idioma que lucha contra el olvido.

A veces, a Wayra se le ve pasar por los bloques de la Universidad con su traje típico. Es reconocida por ser amable y noble y siempre tiene una sonrisa a pesar de sus muchas tareas de trabajo comunitario, la lucha constante por la cultura de su pueblo y sus labores académicas. Wayra es hija del agua y la palabra. Es la representación de la diversidad de Colombia, del olvido en que se están convirtiendo sus tradiciones. Wayra  sabe que es porque hay otros que son, porque hay otros que fueron. Ella no es sólo ella, es su pueblo, su cultura, es su gente del agua, del conocimiento y los sueños. Wayra es su deseo de persistir, de no perder su esencia. PøsrWayra Tumiñáes parte de un todo, un todo que también es nuestro.

*La anterior pieza periodística es producto de la cátedra Periodismo y Literatura que dirige el escritor y periodista Carlos Pardo Viña en la Universidad del Tolima.

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