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El ocaso de las plazas de mercado de Ibagué

El ocaso de las plazas de mercado de Ibagué

Por Óscar Viña Pardo. 

En Europa las plazas de mercado hacen parte de los toures que realizan propios y extraños para consumir los productos frescos traídos de diferentes lugares del mundo. Las langostas aun respiran y así se las llevan a restaurantes y casas para consumirlas de acuerdo a como dice la receta. Y en cmuchas ocasiones se sirve en el mismo lugar, que huele a limpio, genera confianza. Las acelgas conservan todo su color y textura y junto con las demás legrumbres nos muestra una gran variedad de colores en un mismo mesón.

En Ibagué las plazas agonizan y los más de 7 mil trabajadores directos empiezan a buscar nuevos rumbos. El desorden sigue siendo el rey y la autoridad no es autoridad, muchos afuera hacen lo que quieren con el comprador, la venta callejera no permite que se ingrese hasta donde están los que trabajan con las uñas, creyendo que se puede cumplir con todos los requisitos que exige la administradora de las plazas (Infibagué).  

Plátano a mil, mora a 800, habichuela a 2 mil 500; frutas escasas por el cambio climático son parte de las palabras que se escuchan en la 14, la 21, la 28 y el Jardín. Esto me acuerda cuando hice la nota sobre el “pescao” seco, el que consumimos en Semana Santa y los vendedores se quejaban por lo mismo de todos los años “la falta de autoridad por parte de Infibagué”. Los comerciantes o vendedores tradicionales están cansados de pedirle a la alcaldía control a los foráneos que hacen su agosto a costillas de quienes todo el año están vendiendo su producto y repiten una y otra vez que las autoridades rara vez aparecen a ejercer sus funciones.

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El olor de las plazas ha cambiado, se ha recogido la basura y se ven mejor, pero el desorden reina, ya no hay la afluencia de gente que años atras colmaban todos los espacios y se abrían campo con las canastillas gritando a un lado u otro del pasillo para llevar hasta los carros el mercado fresco, los coterosque desde las cuatro de la mañana estaban en la plaza para recoger un viernes, sábado o domingo los 40 mil pesos que servían luego para perderse en el alcohol también han ido desapareciendo. Claro estás que la aparición de supermercados  y tiendas de grandes superficies ha menguado la asistencia a las plazas.  

Además, el fresco del campo llegó a los barrios, y se podría decir que por cada tres barrios como mínimo hay una placita, llena de frutas frescas, verduras mejor conservadas, organizadas de tal manera que las personas puedan encontrar todo en un solo punto. Otra competencia para las tiendas de barrio que antes vendían al menudeado sacando un buen rendimiento de esa forma comercial. 

El trabajo entonces migra, y las plazas no se reinventan como lo hacen en muchos lugares de Colombia, en especial ciudades grandes, donde ya se puede pagar con dinero electrónico, sus pasillos están impecables  y existen refrigeradores para las frutas y verduras acomodados de acuerdo a técnicas basadas en la mercadotecnia; ni que decir de los restaurantes que están en el mismo espacio. 

No se trata solo de recuperar la parte de afuera, que se vea bonita, que los que pasen por una y otra plaza desde la estética crean que esto ha cambiado. Se debe escuchar al de la plaza y capacitarlos en tendencias, nuevo mercadeo, cultura del servicio, post venta, metelelos en el cuento de la innovación social, para así volver con el canasto  y entre una y otra compra probar de nuevo la lechona, el tamal, los buñuelos, echarle muela a la mandarina que le regalan cuando está seleccionado el mercado de la semana, regatear, en fin todo lo que hacían nuestras abuelas y mamás cuando nos llevaban con ellas a la plaza de mercado y salían con el canasto lleno y a gusto porque habían encontrado todo lo de la semana a un precio justo y lo mejor de todo, fresco.  

 

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