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Universos paralelos

Universos paralelos

Decía Walter Lippman que los medios de comunicación construyen las imágenes del mundo exterior en nuestras mentes. La realidad no es la que vivimos. Escasamente percibimos nuestra casa y nuestro entorno más inmediato. Lo que pasa en el resto de la ciudad, en el país y en el mundo, sólo lo sabemos por los medios de comunicación. Quienes los manejan o tienen acceso a ellos, nos echan los cuentos, y a nosotros, desde el inicio de los tiempos humanos, nos encanta las historias. 

También decía William Blake que uno no ve con los ojos sino a través de los ojos. Uno ve el mundo con su cultura, con sus miedos, con sus ideas. De ahí la polarización en la que vivimos. Sólo vemos y creemos las historias que nos echan quienes tienen afinidad con nuestro pensamiento. 

Vicky Dávila reveló en su columna de Semana La verdad sobre Uribe. Resulta que la dichosa verdad era sólo una opinión de alguien que cree ciegamente en el expresidente, cuyos hijos narran sus verdades en twitter y en televisión, que Santos es el culpable, que los magistrados son una manada de mafiosos, que su padre es el amo de la virtud y la honorabilidad. Los uribistas creen en esas historias. Por el otro lado, la oposición, o mejor, los antiuribistas, echan sus propios cuentos. Que Uribe es el demonio, que es un criminal, que sobornó testigos, que protegió al paramilitarismo, que fue socio de narcotraficantes. Quienes son afines con ese pensamiento, lo creen.

Las pruebas de uno y otro lado cada vez importan menos. Para el que cree, las pruebas no son necesarias, para quien no cree, ninguna prueba es suficiente. Y ahí está la debacle de nuestra sociedad. No podemos creer. No creemos en la justicia, ni en los empresarios, ni en los políticos, ni en los gobernantes. Escasamente confiamos en la familia… y casos se han visto. No hemos sido capaces de tejer una sociedad basada en el respeto y en la confianza. ¿Cómo hacerlo cuando somos los extras de una película protagonizada por la desigualdad y la avaricia? ¿Cómo volver a creer en la justicia que no actúa sobre los poderosos? ¿Cómo tener esperanza en un mundo que se despedaza e insulta por su raza, orientación sexual o religiosa? 

Sin encontrar respuesta, agachamos la cabeza, soportamos lo que venga, trabajamos, conseguimos lo del mercado, lo del arriendo, lo del café, e intentamos alejarnos de todo lo que huela a confrontación, a guerra, a miedo, a política. Nos concentramos en nosotros mismos. En hacer medianamente el bien que podamos y más nada. Y mientras tanto, los otros, los que construyen la realidad para nosotros, como el presidente Duque que sale en televisión todos los días diciendo que todo está bien mientras se inventan un puerto en el parque natural de Tribuga, nos joden.

No vivimos en el mismo país. Ni siquiera en la misma ciudad o el mismo barrio. Vivimos en universos paralelos, distantes el uno del otro. Necesitamos volver a unirnos. Necesitamos volver a creer. ¿Cómo? Ni idea. A ver si nos enfocamos en nuestros hijos, porque nosotros no merecemos una segunda oportunidad sobre la tierra. 

 

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