Opinión

Un grito por Santiago Murillo

Un grito por Santiago Murillo

Por Carlos Pardo Viña | Escritor y periodista


Santiago no murió. Lo asesinaron. Una bala entró en su pecho y detuvo su corazón joven. No podrá volver a abrazar a sus padres ni a sus amigos ni a su novia. No podrá volver a disfrutar un desayuno de mamá, ni a gritar gol un domingo de fútbol con su padre en el estadio. No sabrá de qué se trata iniciar una nueva familia, no sentirá el abrazo de un hijo, ni jamás jugará con un nieto. No volverá a sentir la hierba sobre los pies desnudos ni alzará sus ojos al cielo buscando las estrellas que se esconden tras las luces de la ciudad. Santiago no murió. Lo asesinaron. No existen palabras en griego, latín o élfico que puedan describir este vacío en la panza que sube hasta la garganta y se hace agua en nuestros ojos. Puta. Qué rabia, qué tristeza, qué impotencia. Santiago no murió. Lo asesinaron.

Una madre llora. Grita. Se suma al coro de miles de madres de jóvenes colombianos que desde tiempos inveterados no han podido seguir respirando los días y las noches, porque los armados, que sólo quieren escuchar el sonido de sus propias voces, creen que la única manera de acallar los gritos ensordecedores que crecen entre la pobreza y la desesperanza, es con balas, con sangre. Santiago no murió. Lo asesinaron.

Qué desgracia vivir en un país en el que la policía y el ejército sega la vida de los jóvenes. Estamos defendiendo la patria, dicen, honor y patria, dicen. Pero asesinan. Qué desgracia vivir en un país en el que las instituciones son más grandes que las gentes para las que fueron creadas. La institucionalidad no se puede perder, dicen, estamos reestableciendo el orden, dicen. Pero asesinan. Qué desgracia vivir en un país en el que a las autoridades civiles les importa más rodear a los asesinos que investigarlos y sancionarlos. Los vándalos son los violentos, dicen, nosotros solo usamos la fuerza legítima, dicen. Pero asesinan. Qué desgracia vivir en un país en el que el asesinato es justificado: no estarían cogiendo café, dicen, era un mal estudiante, dicen. Y los asesinan. Qué desgracia vivir en un país en el que debemos temer a quienes supuestamente nos cuidan. Qué desgracia.

El eco de las voces acalladas con violencia, golpea las paredes, resuena en todos los rincones y resquebraja el miedo que quieren instalar en nuestros corazones. Por eso, no callamos. Santiago no murió. Lo asesinó la policía.


La columna escrita por Carlos Pardo Viña no representa la línea editorial del medio El Cronista.co

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