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Tramas y urdimbres pedagógicas

Tramas y urdimbres pedagógicas

Por: Julio César Carrión.

“Del pasado podemos huir o aprender”

Joan-Carles Mèlich

En un breve cuento titulado “Las preocupaciones de un padre de familia” (escrito probablemente entre 1914 y 1917, pero publicado finalmente en 1919), Franz Kafka nos informa que “existe realmente un ser llamado Odradek, a primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí…”. Dice el autor que “uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota… sin que se noten las huellas de sus añadidos o roturas…” y, “aunque el conjunto es absurdo parece completo en sí”. Se trata, dice Kafka, de un extraño ser trashumante, con “domicilio indeterminado”, que pareciera no hacer mal a nadie, y gozar de una condición de perennidad o de inmortalidad aterradora. Para concluir sentencia: “casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir”.

¿Acaso Kafka no se está refiriendo a la escuela, al aparato escolar? ¿No está insistiendo en el mito ideológico del padre de familia todopoderoso, del que diera cuenta en su famosa “Carta al padre” también de 1919? ¿No reitera Kafka su confrontación a la excesiva presencia de la autoridad, a la función disciplinante, coercitiva, represiva de padres y maestros? ¿No nos está indicando, de nuevo, cómo esas sombras tutelares  insisten en atraparnos bajo un poder que parece a la vez amenazante y razonable, pero que en realidad es ridículo?.

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A Odradek, como a todos los sueños, podemos atribuirle las más diversas significaciones, el más variado contenido, propio de las elaboraciones oníricas en su proceso de enmascaramiento de la realidad, sin embargo, se me antoja que ese sueño llamado Odradek es lo más cercano a la definición de las tramas y las urdimbres pedagógicas en que constantemente vivimos enredados. Ese entramado, ese agregado de retazos, de trozos, de pedazos, que constituye toda la historia de la educación y la pedagogía, particularmente en Colombia…

La denominada “Pedagogía colombiana”, que es un agregado de multitud de ensayos y fracasos, de errores y de horrores históricamente acumulados; de irrelevantes didactismos, innovaciones, experimentaciones, sincretismos, imitaciones, maquillajes, encubrimientos, simulaciones, reformas, recomposiciones y enmascaramientos, pegados y cosidos de manera arbitraria, pues lo corriente en Colombia ha sido la banalización, la trivialización de los quehaceres educativos y de las teorías y corrientes del pensamiento pedagógico, que se toman en préstamo para imitar y tratar de elaborar con ellas una especie de colcha de retazos, una sumatoria de fragmentos y pedazos, para construir esa especie de Frankenstein, conformado por los miembros mutilados de todas estas teorías, cosidos y agregados, de cualquier manera, al viejo cuerpo del confesionalismo y el autoritarismo proveniente desde la colonia.

Se puede afirmar que sólo la propuesta educativa que busca el disciplinamiento, la normalización, la regularización y el control total sobre las personas, ha  permanecido de manera inamovible en el país, a pesar de los maquillajes teoréticos que de tiempo en tiempo se le aplican, para adecuarla a los últimos criterios de la moda, suprimiendo de paso toda identidad, toda particularidad y diferencia.

Denominaciones altisonantes periódicamente anuncian nuevas propuestas y reformas educativas que, finalmente, terminan por amoldarse a las viejas e inveteradas prácticas, sin importar que para ello se utilice el prestigio alcanzado por algunas concepciones, como ha ocurrido desde los comienzos del régimen republicano con un sinnúmero de propuestas que van desde la idea de la paideia griega, -el proyecto de Moral y luces que esbozara Bolívar con el término del Aerópago-, el sistema tutorial lancasteriano, la Escuela nueva de Celestino Freinet, el conductismo, la Pedagogía activa de Piaget, y más recientemente las propuestas de Vigostsky, las de Berstein, o las de la tecnología educativa, el constructivismo, el diseño instruccional y un variado y largo etcétera… como los mismos hilos y pedazos de Odradek.

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Pareciera que de lo que se trata es de convertir estos planteamientos y proyectos en una serie de agregados absurdos de terminologías, es decir, en el fondo estas teorías son reducidas, como en el lecho de Procusto, a esa pedagogía de impronta dogmática y confesional que nos acompaña desde el régimen colonial-hacendatario.

La connivencia Estado-Iglesia -vigente desde la colonia- es responsable en Colombia no sólo de la precariedad, desmantelamiento y abandono de la educación pública, frente al negocio de la educación privada, sino, incluso, de algunas manifestaciones de la violencia partidista. Desde mediados del siglo XX y bajo el liderazgo del Estado, la sociedad ha padecido todo un proceso de contrarreforma y de aniquilamiento terrorista de las bases teóricas y conceptuales que se ensayaron durante la república liberal, mediante una especie de restauración retardataria, emprendida inicialmente por los gobiernos de Ospina Pérez y Laureano Gómez, de los patrones culturales y eclesiásticos de la colonia española, para la configuración y continuidad del modelo de educación tradicional, escolástico y elitista que aún pervive.

La Iglesia ha diseñado, en gran medida, no sólo la mentalidad del pueblo colombiano, sino las propias instituciones que nos rigen, en especial en el sistema escolar. Escapar a ese poder ha sido una tarea prácticamente imposible, todas las nuevas corrientes pedagógicas ensayadas en Colombia, invariablemente han terminado siendo ajustadas y adecuadas a las condiciones de esa mentalidad hispano-católica. Esta específica forma de enmascaramiento y de hibridación, tendría como principal escenario todo el sistema escolar, incluidas las universidades.

En todos los niveles de la educación persisten las ideas y los mecanismos pedagógicos empleados durante la época colonial, los cuales, en lugar de desaparecer, se han fortalecido, muchas veces gracias a las supuestas “reformas” que históricamente se han emprendido. La mentalidad cristiano-feudal que caracterizó el período colonial, continúa vigente en el territorio colombiano, hasta el presente, a pesar de los tímidos y esporádicos embates de modernas concepciones que, siempre, terminan amoldándose a dicha mentalidad.

Es indispensable esforzar la imaginación para construir nuevos escenarios que nos posibiliten desescolarizar la educación, buscar la reestructuración de una educación no administrada, no empresarial, hasta lograr “un mundo sin escuelas”, como lo propuso Iván Illich; la  búsqueda de alternativas radicales, no institucionales, que superen tanto el viejo manejo confesional y sectario de la educación, como la “moderna” mercantilización de los conocimientos y la proliferación de esos fragmentos y retazos de didácticas, currículos y metodologías, que logre hacer de las ciudades redes culturales y educativas, que quiebren el monopolio de las instituciones escolares, entendiendo que los pueblos vencidos que han sido obligatoria y sistemáticamente colonizados, evangelizados, civilizados, culturizados, alfabetizados, ilustrados... no lo estaban pidiendo, no reclamaban esa “ilustración”. Bajo el poder de las escuelas se ha venido eliminando el pluralismo y la diferencia, imponiendo la uniformidad y la homogeneización.

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Hay que descubrir, correr el velo, de todos esos gastados mitos occidentales como el de la “razón”, el del “progreso” y el de la “democracia” (hilos rotos del proyecto demo-liberal que aun se tejen en las aulas escolares); se debe confrontar el “poder pastoral” de los profesores, es indispensable que desaparezca su función retórica, doctrinaria, escolástica y mercenaria. El reformismo pedagógico es baluarte de un fantasma: La escuela, con su función misional y evangelizadora, apoya y promueve el fascismo democrático que nos agobia, con todas esas instituciones de la simulación y la farsa (ejecutivo, parlamento, judicaturas, procuradurías, etc.).

Es imprescindible conocer esa historia de lo educativo; saber de estas urdimbres, tramas y enredos pedagógicos, de todas estas rutinas, artimañas y mezquindades con que se disfrazan los grupos hegemónicos, saber que detrás de ese enmascaramiento se esconde la persistencia de la subalternidad como proyecto “educativo”. Hay que seguirle el hilo a las instituciones, deshilvanar ese ovillo, esa madeja, evidenciar la escondida presencia de Odradek en las instituciones escolares.

Precisamente superando las cotidianas y pequeñas miserias de la vida escolar,  develando el caos y la incoherencia que se oculta tras el reformismo educativo en esas veneradas instituciones, supuestamente firmes y “certificadas”, podremos encontrar otros “valores”, otras perspectivas culturales y educativas, porque, más allá de la perversión escolar se encuentra una pluralidad de opciones, que se nutren de los saberes populares, de los imaginarios colectivos. La primera consecuencia de este desvelamiento nos permitirá entender que pertenecemos a múltiples y diversas culturas y cosmovisiones que nos atraviesan, y debemos superar el engaño y las discontinuidades en que se nos mantiene sin pretender el uniformismo gregario, sino construir una pedagogía y una ética cómplice de la memoria, de la alteridad y, definitivamente, comprometida con los intereses emancipatorios.

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