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Soledumbre

Soledumbre

Estoy solo. Eso no quiere decir que no tenga un poco de gente pendiente de mí, que si tengo la nevera llena, que si compré las pastas que me evitan el infarto hipertensivo, que cómo voy con el asma que me acompaña desde los tres meses de nacido, que si he cumplido con la cuarentena, que cómo veo la situación, que si… 

Los míos y los ajenos me acompañan en el Facebook, en el WhatsApp, en el Twitter y, a veces, a través de una llamada telefónica que me permite intuir, con tan sólo escuchar su voz, la cantidad de miedo que se le ha acumulado en la garganta durante estos días inciertos; con mis estudiantes nos vemos en Zoom, en la plataforma virtual de la universidad y mantenemos comunicación permanente por correo y por cuanta plataforma existe. Pero estoy solo. En realidad, le hablo a mi computador, le hablo al celular, le hablo al manos libres y le alego hasta al televisor que me cuenta las noticias horribles del mundo pero que recibe imperturbable mis diatribas. En el fondo, últimamente le hablo al que se deje y como bien dice uno de esos memes que por estos tiempos andan rondando, estoy que le hablo a la chocotera en la que preparo mi bebida caliente de las mañanas. No lo hago por temor a que me conteste y tenga que huir despavorido de mi locura rumbo al virus.

La vida nos preparó para la soledad de estos días. Esa soledad acompañada, mediada por aparatos en la que el contacto físico fue eliminado como presagiaron tantas películas apocalípticas a las que he sido adicto desde que tengo memoria. Y la soledad hasta ahora empieza. Intento acompañarme de lecturas, de música y de la guitarra que siempre está desnuda en la silla del lado. A veces desafino unos cuantos acordes y le canto al balcón vacío que ahora sólo escucha el cantar de los pájaros y que seguramente no extraña el ruido de las busetas y los autos que lo ensordecen.

Todos aconsejan tener rutinas: tender la cama, bañarse, planificar un horario con las actividades del día, pero luego de intentar todos los consejos que regalan sicólogos, siquiatras y los expertos de coaching, sigo sintiendo la misma soledad, la misma incertidumbre. Muchos, seguramente la sienten pese a que viven acompañados, porque verán televisión y harán tareas y jugarán en las noches y escudriñarán el Netflix que siempre nos regala una hora de búsqueda antes de darle Ver a uno de sus títulos, pero al final del día, quizá, sientan la misma soledad que siento hoy. 

Llevo 10 días encerrado. Unos días antes de que fuera obligatorio. Se, que al final todo saldrá bien y que como dicen los cantantes románticos, volverán los abrazos y los besos; pero hoy, justo hoy, siento la soledad del mundo, la preocupación de quienes no saben cómo llevar comida a sus casas, la tristeza de quienes no tienen ni siquiera un techo. No tengo respuestas para nadie. Solo soledad. ¿La ha sentido por estos días? ¿La siente ahora que lee este texto? Bueno… ya somos dos solos, o tres… y nos acompañamos en medio de estos días silenciosos, en medio de esta soledumbre.

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