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La sociedad líquida del 2020

La sociedad líquida del 2020

Hoy, entre ires y venires, no puedo dejar de pensar en el mito de la caverna de Platón, y no puedo sacarme de la cabeza una pintura (un proyecto final de filosofía) de uno de mis estudiantes, hace dos años, acerca de la doble realidad que percibimos de las cosas y las personas.

Confieso que la caverna de Platón no ha dejado de retumbar en mi cabeza, y ese retumbar me provocaba angustia. Y es que, quizás, me he visto más encadenado de lo que pensaba. Soy consciente de la perversidad del sistema consumista en el que vivimos y de sus maquiavélicos mecanismos, pero también sé que soy yo, somos nosotros, los que tenemos las llaves de muchas de las cadenas que nos atan. 

Por consiguiente, y después de reflexionar sobre la crisis que enfrenta la sociedad en medio de una pandemia que nos tomó por sorpresa, me pregunto: ¿Pensamos, decimos y actuamos ante los demás con sinceridad? ¿Nos conocemos realmente a nosotros mismos? ¿Vivimos realmente lo que queremos vivir? ¿Luchamos por nuestros sueños? ¿Somos conscientes de que formamos parte de una gran familia llamada Humanidad? 

Tal vez la falta de respuestas a estas preguntas es lo que nos hace navegar sin rumbo por la vida. Vivir, como dijo en algún momento el sociólogo, filósofo y ensayista político, Zygmunt Bauman "en un mundo donde la única certeza es la certeza de la incertidumbre, en el que estamos destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y a los demás, destinados a comunicar, con y para el otro”. 

En aquella vida que Bauman llama "líquida", nos ayuda a identificar los velos que ocultan el mundo que habitamos y que intentamos comprender. Y estos velos no dejan de ser las sombras y los ecos de los gritos que los encadenados de la caverna ven y escuchan reflejados en la pared, creyendo que son la realidad y que nada pueden hacer; y los espectadores siguen sentados sin saber que esos velos, esas sombras, esos ecos no son la realidad sino distorsiones de la misma. Imágenes y ruidos reproducidos a conciencia que los mantienen de contra la pared. 

Es cuestión de encontrar el coraje para darse la vuelta y poder comprobar que esas formas grotescas no son más que deformaciones, y ver la luz clara que proviene de fuera, que nos indica la dirección de la verdadera realidad. Zygmunt Bauman define la sociedad moderna líquida como aquella sociedad donde las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas puedan consolidarse en unos hábitos y en una rutina determinada. Esto, evidentemente, tiene sus consecuencias sobre los individuos, porque los logros individuales no pueden solidificarse en algo duradero, la acción se convierte en pasividad, las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos. 

Por tanto, los triunfadores en esta sociedad son las personas ágiles, ligeras y volátiles como el comercio y las finanzas. Personas hedonistas y egoístas, que ven la novedad como una buena noticia, la precariedad como un valor, la inestabilidad como un ímpetu y lo híbrido como una riqueza.

Todo lo anterior lo vemos reflejado tan sólo con el hecho de pisotear al otro y pasarle por encima con el único propósito de alcanzar sus logros personales, quitando méritos al bien común. Por ende, el nuevo modelo de héroe es el triunfador que aspira a la fama, al poder y al dinero por encima de todo, sin importarle a quién se lleva por delante. En conclusión: somos una sociedad arraigada a la típica frase "se es por lo que se tiene y no por lo que es".

La vida líquida asigna al mundo y a las cosas, animales y personas la categoría de objetos de consumo, objetos que pierden su utilidad en el mismo momento de ser usados. Los objetos de consumo tienen una esperanza limitada y, cuando sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el consumo, se convierten en objetos inútiles.

 Las personas, también somos objetos de consumo: pensemos en el trato que muchas personas brindan a los demás, pensemos en aquellos que malgastan su vida pensando que pueden destruir los propósitos de otros. En una sociedad así la lealtad y el compromiso son motivo de vergüenza más que de orgullo.

En un mundo de carácter empresarial y práctico como el que vivimos (un mundo que busca el beneficio inmediato), todo aquello que no pueda demostrar su valor con cifras es muy arriesgado. Por tanto, materias de estudio como la historia, la música y la filosofía, que contribuyen al desarrollo del Pensamiento Crítico en el ser humano, más que una ventaja social, política o económica son un peligro. Porque el ser humano ha dejado de tener valor “humano” para pasar a ser un simple objeto de producción o consumo. 

No obstante, la pérdida de referentes claros y fuertes nos hace caminar a ciegas. Vivimos en el ocaso de los valores humanos y esto es realmente un drama para todos los seres humanos. La sociedad moderna líquida es artificial, poco tiene de humana porque precisamente no se sustenta los valores humanos atemporales, sino en los materiales. Nos hace creer que nos lo da todo a cambio de nada, cosa que no es cierta. El precio que se paga por ello es convertirse en ese humano asediado o ese hombre “Light” que simplemente escoge egoístamente lo que más le conviene o gusta en cada momento. Poco a poco la caverna va apagando su lucecita humana, al tiempo que lo encadena más y más. 

Finalmente, pienso que sí, es cierto que vivimos en el ocaso de los valores humanos, pero detrás de cada ocaso viene una nueva salida del sol, una regeneración. Únicamente depende de nosotros que los valores humanos vuelvan a brillar y guiar el rumbo de nuestras vidas.

 

*Licenciado en Ciencias Sociales UT

Director del Proyecto Educativo Profelogía

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