Opinión

La gula, el consumismo del presente

La gula, el consumismo del presente

Por Juan Bautista Pasten G.


El pensamiento cristiano, que predomina en el mundo occidental, ha ejercido, sin duda, amplia influencia en ideas, creencias y teorías religiosas, espirituales e, incluso, políticas.

Por lo pronto, desde el medioevo, algunos pensadores destacan ciertos valores subyacentes en el cristianismo. Valores provenientes de la filosofía griega (la tolerancia, la fortaleza, la prudencia y la justicia), denominadas “virtudes cardinales”; a las cuales se añaden tres cualidades propiamente cristianas (“virtudes teologales”): la fe, la esperanza y el amor. Todas ellas conforman las llamadas “virtudes capitales” (del latín caput= cabeza), es decir, los valores principales, de los que se derivan todos los demás.

Por cierto, todos estos valores esenciales ameritan un exhaustivo análisis, tanto en su particularidad como en su conjunto.

En contraposición a cada una de estas virtudes existen y se manifiestan disvalores, lo que en el léxico cristiano se expresan como “pecados capitales “(la envidia, la lujuria, la pereza, la ira, la soberbia, la avaricia y la gula) que, tal como los valores, requieren ser examinados acuciosamente.

Pues bien, como lo señala el título del presente artículo, nos centraremos, en esta ocasión, en uno de estos disvalores: la gula.

Por cierto, esta anomalía humana apuntaba, en su origen, a esa dispersión manifestada, especialmente, en las fiestas, bacanales y orgias efectuadas por los gobernantes de la época antigua, que consistía en comer y beber hasta el hartazgo, llenarse de elementos materiales sin control ni medida. En el contexto cristiano, esto se considera “un pecado” por dos motivos substanciales: 1.- Porque es una forma de pretender apoderarse de algo externo (de las cosas, del mundo), desentendiéndose de lo valórico y espiritual. 2.- Esta saciedad de lo material, omite y despreocupa de la existencia de una enorme cantidad de seres humanos, carentes de alimentos y elementos básicos de subsistencia.

En efecto, ambas causas generan individuos enajenados de la realidad, absorbidos por las cosas y, por tanto, carentes de sensibilidad social para con sus congéneres. La gula implica un comportamiento individualista y egoísta, cegado a las necesidades reales de quienes le rodean.

Del concepto gula, se derivan términos como “goloso (a)”, vale decir, el desenfreno por llenarse de cosas, muchas veces, innecesarias.

Ahora bien, en la actualidad, también podemos observar y evidenciar la presencia de esta falencia humana que, para ciertas personas, se ha convertido casi en una patología mental.

Efectivamente, en los últimos 30 o 40 años, vemos en el mundo una gran cantidad de personas – por lo general, influenciadas por la televisión - que buscan la rápida satisfacción y concreción de afanes materiales, lo cual se manifiesta en la adquisición constante de una serie de productos de todo tipo, muchos de los cuales son inapropiados e inoficiosos.

Por lo pronto, hoy, debido a los largos períodos de confinamiento (producto de la pandemia que nos afecta), hemos podido constatar con asombro que, al ser liberadas las personas del encierro prolongado, enorme cantidad de ellas han concurrido, es más, han atestado los grandes centros comerciales en búsqueda de “cosas”, para satisfacer no se sabe, con certeza, qué necesidad. Es incomprensible ver largas filas para ingresar a “malls” y otras tiendas similares. ¿Realmente es tan necesario todo esto?


La gula o consumismo continúan vigentes en el quehacer humano. ¿Por qué acontece esto?


Las respuestas pueden ser variadas y desde diversos planos (sicológico, sociológico, político, económico y otros) y todas ellas son necesarias y dignas de considerar.

Para nosotros, esta y otras falencias humanas afines, o sea, la búsqueda compulsiva de satisfacer – anhelos, deseos, inquietudes, deberes - mediante la concreción y /o compra de objetos, acciones y actividades materiales son expresiones inequívocas de vacuidad interior, de problemáticas personales, ya sean emocionales, mentales o anímicas, no resueltas del todo. Esto es causado, palmariamente, en no tener un adecuado sentido de la vida (por qué y para que se está viviendo), es decir, no otorgar el verdadero significado a la existencia.

Jamás las dificultades personales y las carencias internas podrán ser solucionadas, simplemente, llenándose de objetos físicos o corporales; los atavíos externos son menos disfraces de lo real, ocultan el auténtico Ser de las personas.

El consumismo – como otras falsas necesidades - requiere ser examinado y estudiado en profundidad, tanto sus motivaciones como sus consecuencias. De igual manera, las conclusiones deben ser comunicadas y compartidas entre todos los seres humanos. Esto, con el fin de propiciar personas inteligentes, sabedoras de lo que es realmente mejor para cada una de ellas y de quienes les rodean.

La Educación, en todas sus áreas y ámbitos, debe tratar, urgentemente, este y otros temas afines, para generar personas inteligentes, sensibles y creativas, seres idóneos para forjar comunidades cada vez más conocedoras, perspicaces y generosas.

“Estamos en la cultura del envase. El matrimonio importa mas que el amor, el funeral mas que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa mas que Dios”. Eduardo Galeano escritor uruguayo.

“De modo constante se nos incentiva y predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista”. S. Bauman, sociólogo polaco.

“A la sociedad le interesa que Usted consuma y que piense que el consumir le hace feliz”. Edward Punset, escritor y político español.


* Docencia e investigación en filosofía.

Universidad de Chile

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