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Jaramillo y la deuda con Ibagué

Jaramillo y la deuda con Ibagué

Guillermo Alfonso Jaramillo termina su periodo de alcalde de Ibagué y deja una opinión dividida frente a su gestión.

No hay consenso para calificarla de excelente, tampoco para considerarla mala o regular. Es una calificación que se convierte en un tire y afloje de intereses diversos.

Digamos que se trata, simple y llanamente, de una gestión ‘normalita’, como la mayoría de las que ha tenido Ibagué en los últimos años.  

Lo cierto es que el alcalde Jaramillo debió haber hecho mucho más de lo que hizo. Como se afirma hoy, lo tuvo todo para ‘haberla sacado del estadio’.

Sin duda, y hay que decirlo, la mayoría de alcaldes elegidos por voto popular en Ibagué, han sido provinciales lo que se manifiesta en una evidente falta de visión a la hora de gobernar. Es parroquialismo que adormila.

Sobresale de manera notable, Francisco José Peñaloza Castro. Es claro que Ibagué no ha vuelto a tener un alcalde con la visión de ciudad que tuvo este empresario-político. En ese lugar también podría situarse Carmen Inés Cruz, pero quien indudablemente marca una profunda diferencia es Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez. Por ello, la cuenta de cobro a la hora de realizar el balance de su gestión debe hacerse de manera exigente. Sin contemplaciones.

No es lo mismo un GAJ que un Rubén Darío Rodríguez, que un Chucho Botero, que un Álvaro Ramírez, que un Jorge Tulio Rodríguez o un Luis H. Rodríguez. GAJ lleva sobre sus hombros un apellido que, políticamente hablando, tiene recorrido y reconocimiento.  

Hijo de una pareja de formidables políticos (Hilda Martínez y Alfonso Jaramillo Salazar), que dejaron una ejemplar huella por la forma comprometida como asumieron el ejercicio de la política.

GAJ ha sido representante a la Cámara, senador, gobernador en dos ocasiones, secretario de Salud y de Gobierno de Bogotá, y como si eso fuera poco un exitoso cirujano cardiovascular. Es decir, un palmarés envidiable.

Para ponerlo en términos contantes y sonantes, GAJ tiene un apellido de tal prestigio, que alcanza enorme peso en las altas esferas del Estado. Alguien me anotó, recién inició GAJ su alcaldía, que el poder y prestigio que le daba el apellido Jaramillo era tan poderoso que lo tenía todo para hacer una gestión brillante, y recuerdo que me soltó una frase que lo resume todo “Jaramillo para pedirle cita a un ministro no tiene que valerse de un congresista, con el solo apellido le basta y le sobra”.

Ese capital y poder político fue el que dilapidó GAJ. Ibagué tenía en él un alcalde con reconocimiento nacional lo que hacía más fácil la gestión.

Haber ganado la alcaldía como la ganó, fue gracias a ese prestigio. Los 63.575 ibaguereños que votaron por él, lo hicieron convencidos que era la persona indicada para dar el salto al cambio que requería la ciudad.

Entonces, había expectativa, había confianza. La esperanza se manifestaba en todos los rincones de la ciudad. Hasta los que no votaron por él se contagiaron de ese optimismo.

Muchos pensaron que con GAJ llegaba el alcalde que iba a enderezar el barco, el que iba a librar a la ciudad de los males que la tenían postrada, el alcalde que por fin le iba a poner freno a la politiquería, el clientelismo, la corrupción e ineficiencia.

Y ese fervor se acrecentó cuando en campaña llegó en un acto simbólico a barrer ratas. Pero todo se quedó en mero show mediático. Los anuncios meritocráticos se quedaron solo en eso, en anuncios. De los grandes proyectos difundidos con bombos y platillos, nunca se supo que pasó.

Los viajes al exterior acompañado de flamantes asesores, a estas alturas tampoco se conocen resultados, en sectores como la educación en materia de calidad, la ciudad siguió en las mismas, estancada. En cultura, igual. Solo chispazos en el sector rural. El espacio público convertido en caos.

No se materializó el Sistema Estratégico de Transporte, los avances en el Ibal están por verse, amén de los escándalos en adjudicación de algunos contratos.

Tenía la sartén por el mango para haber articulado y liderado un trabajo en equipo con el sector empresarial y lo que generó fue una tormenta de discordias. Deja, eso sí, unos parques saludables y es por supuesto de lo que más se habla, pero GAJ estaba predestinado para hacer más que esos parques.

No deja GAJ una ciudad transformada como sus electores e ibaguereños en general esperaban. Deja más incertidumbres que certezas. El nivel de frustración que hereda GAJ es alto, los ibaguereños no esperaban poco de él, esperaban todo, y era la oportunidad después del desastre en que recibió la ciudad como consecuencia de lo ocurrido con los escenarios deportivos.

Por eso Guillermo Alfonso Jaramillo queda en deuda con Ibagué y por eso su administración pasa con más pena que gloria.

Adenda I. Un logro del alcalde Jaramillo y un buen mensaje que envía es que no se dejó chantajear de algunos periodistas y medios de comunicación, acostumbrados a tener jugosos contratos de publicidad. Con menos de 300 millones de pesos anuales de la Alcaldía no se conforman.

Adenda II. Guillermo Alfonso Jaramillo prometió un programa ambicioso de cultura ciudadana que nunca se vio. Si algo requiere Ibagué de manera urgente es una nueva generación de ibaguereños con amor y sentido de pertenencia por la ciudad.

  • Autor del libro ‘Las claves de los buenos alcaldes’

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