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El final del mesianismo

El final del mesianismo

Por: Julio César Carrión Castro

Dante Alighieri en el Canto Tercero de su Comedia, dice haber visto sobre la puerta del infierno una inscripción en letras negras que le llenó de espanto y de pavura:

Por mi se llega a la ciudad del llanto;

por mi a los reinos de la eterna pena,

y a los que sufren inmortal quebranto.

Dictó mi Autor su fallo justiciero,

y me creó con su poder divino,

su supremo saber y amor primero

y como no hay en mi fin ni mudanza,

nada fue antes que yo, si no lo eterno...

Renunciad para siempre a la esperanza.

De la mano de Dante y de Virgilio traspasamos las puertas infernales bajo esa espantosa sentencia, y se abre ante los ojos de nuestra imaginación occidental el horrendo espectáculo de los nueve círculos de ese reino de la pena y el dolor; contemplamos las más terribles y despiadadas formas de castigo establecidas por Dios, o por el Diablo, para los pecadores.

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Esa imagen dantesca del infierno que habita y acompaña nuestra cultura desde la Antigüedad, y que fuera “asumida como referencia paradigmática de la definición del mal”; ese espantoso infierno que -según Enzo Traverso-, “designaba una condición que trascendía la vida terrestre”, ya hoy se evoca comúnmente como símil de la deshumanización vivida bajo los regímenes fascistas y el permanente estado de zozobra de las gentes en este tipo de sociedades, tanto que se ha llegado a comparar el Estado nazi y sus campos de concentración y de exterminio, con un “infierno organizado” (Kogon Eugen, Sociología de los campos de concentración, Madrid, Taurus, 1965).

Pero no es sólo la condición de Auschwitz y del llamado Tercer Reich lo que puede compararse con el infierno en nuestras modernas sociedades. El infierno y la muerte están presentes -siempre han estado- en las diversas formaciones políticas y sociales del capitalismo, en las variadas formas de organización, política y económica de las sociedades burguesas; en la razón instrumental que les guía; en su ciencia sin conciencia, en su ética laboral; en su fordismo, en el taylorismo y en la pretendida neutralidad valorativa de sus muchas instituciones, laborales, económicas, políticas, administrativas, religiosas, científicas, culturales, académicas o educativas, hondamente comprometidas todas ellas con la infernal explotación y violencia sobre los trabajadores y con la administración política de la vida y de la muerte.

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Después de los campos de exterminio, los programas nazis de eutanasia y las fábricas de muerte como Auschwitz; luego de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, de las purgas, masacres y hambrunas del estalinismo, del genocidio francés en Argelia, del terrorismo belga sobre el Congo, del horror norteamericano en Viet Nam, de Pol Pot en Camboya, de los crímenes sionistas en Sabra y Chatila y las constantes masacres en Palestina, o de esa imparable “violencia” que se ha enseñoreado de Colombia, podemos entender que el infierno y el “mal” se han cotidianizado, se han vuelto habituales. Además de la consuetudinaria imposición del genocidio como práctica social, en nuestras sociedades consumistas las fronteras entre el bien y el mal se han perdido, por la manipulación mediática de la historia y bajo el imperio de una psicología de masas que logró la desaparición de la individualidad y de toda autonomía, promoviendo educativamente la formación de sujetos tan normales como Adolf Eischmann (o tantos otros seguidores de la disciplina militar de la “debida obediencia”, incapaces de distinguir entre el bien y el mal, pero terriblemente inscritos en la subalternidad).

Después de vivir y padecer esa asiduidad y “banalidad del mal”, tenemos que entender definitivamente que la maldad no tiene orígenes infernales, demoniacos, sino que es algo terriblemente humano y “normal”; descubrir con Joseph Conrad que el horror es burocráticamente corriente, que “el corazón de las tinieblas” está inscrito en la propia estructura de las contemporáneas sociedades y que no es posible ya la salvación… que debemos aprender a vivir sin esperanzas, subordinados al imperio del mal, bajo la indeleble marca del infierno… establecido para siempre acá en la tierra.

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