Opinión

¿Después del estallido social qué?

¿Después del estallido social qué?

Por Alexander Martínez Rivillas |


Poco a poco la infinita potencia que tienen los medios hegemónicos para moldear la opinión y los ánimos de los movimientos sociales empieza a tener efecto. Lo que no dejó de estar acompañado de distintas fases de una represión casi ubicua de la protesta más activa.

Tampoco estuvo exento de esta maniobra la judicialización: notificaciones de investigación, capturas ilegales, paramilitarismo urbano patrullando las calles en pleno día o en la oscuridad de la noche, amenazas veladas de empresarios, medidas sutiles de constreñimiento al movimiento estudiantil a través de anuncios de cancelación de los semestres académicos (el caso de la Universidad del Tolima es ejemplar), llamamientos de alcaldes y gobernadores a la normalidad, acciones de retaliación si los maestros no regresan a las aulas, etcétera.
 
Ciertamente, la narrativa de la “polarización” está haciendo lo suyo. El miedo de tener que sostener un paro por meses invade a los líderes más experimentados de sindicatos y de organizaciones sociales de base con cierto recorrido. A esto se suman los mensajes erráticos del Comité Nacional de Paro, y que son deliberadamente vaporosos para ir desactivando la intensidad de la protesta social. Las nuevas regulaciones que se están diseñando para convertir la lucha social en un espectáculo de feria, o en una experiencia museal, se tratan de imponer con la ayuda de los medios de comunicación.

 Nadie debe protestar con vehemencia, nadie debe hablar con animosidad, todos debemos sumarnos al concierto silencioso de la resignación y de los “derechos de petición”. El redil debe volver a los cauces naturales de la mansedumbre.  
 
El fútbol nacional e internacional se reproduce como una omnipresencia eterna en cada pantalla de celular o de televisión. Las revistas de radio, las redes sociales, las campañas “anticovid”, el día a día del trabajador informal o del desempleado, vuelven a dibujar el paisaje de un mundo feliz del cual no deberíamos haber salido, a despecho de la destrucción de nuestras propias vidas o de la desaprobación de los empleadores. La W radio y la mayoría de cadenas tienen una agenda sostenida durante semanas en este sentido: “qué mamera seguir hablando de tragedias”, se les escucha a diario.

 Poco a poco vemos llegar a cientos de miles de colombianos, desconcertados por el alud de normalidad que les rodea, a sus viejos sillones y poltronas, para continuar la vida que les tocó en suerte: contemplar el espectáculo de los “otros” en sus pantallas digitales.

El desespero de la agenda de gobierno es evidente: anuncios de becas a miles de jóvenes, promesas de crédito empresarial, estadísticas de buen crecimiento de la economía, reformas cosméticas a la policía, reforzamiento del aparato represivo de la procuraduría, análisis de consultores o expertos sobre la imposibilidad de cumplir lo que se exige en las calles, alocuciones de buena voluntad frente a los pronunciamientos de la CIDH… En fin, aparentemente, la reacción desesperada está dando sus frutos.
 
Como se había previsto: las exportaciones están creciendo y la producción interna también, pero los más vulnerables seguirán marginados de los beneficios. No obstante, no creo que el indicador de pobreza se haya afectado por el paro, lo que sí es atribuible a la pandemia. El pánico económico asociado al estallido social era solo eso: un gran ruido mediático para desactivarlo. Pero, que no se hagan ilusiones: las oleadas del movimiento social volverán.   
 
(*) Profesor asociado de la Universidad del Tolima.

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