Aldea

50 Años gloriosos en la música tropical

50 Años gloriosos en la música tropical

Cumplir 50 años de vida artística en 1.992, recopilar sus boleros en varios C.Ds titulado Bodas de Oro, realizar el concierto de celebración junto a su entrañable amiga Celia Cruz y seguir sonando por las emisoras, convierten a Matilde Díaz  en una mujer que cumple la hazaña de permanecer durante 60 años vigente en el mundo de la música. Y lo hizo con todo profesionalismo hasta el año 2002 cuando ocurrió su muerte. Se lanzó al estrellato en la orquesta de Lucho Bermúdez, se hizo incomparable cantando porros, popular en latinoamérica y una siempre grata vigencia, aunque tuvo un largo  receso profesional que compartió con su esposo Alberto Lleras Puga, hijo del expresidente colombiano.

 

Se volvió una leyenda de la música latina y parte de la historia de la canción tropical. Fueron 50 años los que cumplió de vida artística en 1.992 donde hubo celebraciones que le permitieron gozar de nuevo su época de esplendor cuando era considerada la mejor cantante colombiana.  Su retorno la sacó de su apacible vida familiar para situarla en un gran concierto al lado de la guarachera Celia Cruz, quien vino especialmente desde el exterior a compartir el escenario con su amiga.

 

La constancia de la inolvidable cantante de la orquesta de Lucho Bermúdez le indicó que sólo hasta el día de su muerte dejaría de lado la profesión que la hizo famosa y le dio sus mayores satisfacciones. Fueron años y años de actividad.  En su niñez, cuando apenas cursaba los primeros estudios en su tierra natal, Icononzo, recorría las calles cantando y recogiendo plata para las obras de la iglesia. 

 

Llegó a Bogotá en el año de 1.940 cuando sólo contaba con 14 años. Se encontraron con un viejo amigo, Emilio Sierra, compositor fusagasugueño de rumbas criollas, pasillos y bambucos que se dedicó desde ese instante a instruir a las hermanitas Díaz en el mundo del canto hasta que ingresaron a Radio Cristal.

 

Al poco tiempo su fama llegó a oídos de Manuel J. Gaitán, dueño de Radio Mundial allí, en compañía de la estudiantina Alma Colombiana, amenizaban con tres presentaciones diarias a su auditorio citadino.  Matilde alternaba esta actividad con la locución y periódicas presentaciones con la compañía de teatro Los Tres Ases.

 

La atención generada alrededor de las artistas tolimenses no fue ajena al maestro Emilio Murillo, folklorista y anfitrión reconocido de las mejores tertulias y fiestas de la época.  En su casa, cercana al palacio presidencial, se daban cita continuamente los hombres que hacía la historia del país en los inicios del  siglo XX.

 

Las hermanas Díaz se convirtieron así en las asistentes de honor en todas las reuniones de Murillo.  Allí estaban sin faltar el Presidente Alfonso López Pumarejo con su esposa y los integrantes del gabinete, quienes al compás de sus voces y guitarras se olvidaban de los problemas del país y se sumergían en el mundo del baile y la comparsa.  En 1945 falleció el ilustre anfitrión, se acabaron los famosos encuentros y la hermana de Matilde contrajo matrimonio, lo que la obligó a apartarse del canto y a terminar con la sociedad familiar.

 

 

Coincidencialmente, en ese año llegó a Bogotá Lucho Bermúdez.  No fue difícil, por el prestigio alcanzado, que se enterara de la existencia de la cantante, quien para entonces había conformado dúo con una guitarrista chilena.  La invitó a una audición con otras participantes buscando determinar quién tenía mejor disposición para interpretar sus porros.  Matilde demostró su calidad y al poco tiempo se convirtió en la pieza clave de la orquesta del compositor de Carmen de Bolívar.

 

El primer disco lo grabaron con la RCA Víctor pero la deficiente adecuación de los estudios no permitió una calidad aceptable en el producto.  Contrariando los criterios chauvinistas de la época, director y pupila decidieron desplazarse hacia Buenos Aires donde se hacían mejores producciones en el mundo del acetato.  Permanecieron un año en esas tierras y contrajeron matrimonio por lo civil.

 

Al regresar se unieron con Alex Tovar, compositor de Pachito Eché e integraron la orquesta del Hotel Nueva Granada durante dos años.  Al cabo de este tiempo decidieron marcharse a Medellín, donde actuaron en el famoso Nutibara y en el Club Campestre hasta el año 62.

 

Ante la popularidad conseguida, que traspasaba las fronteras nacionales, los viajes se hicieron más frecuentes y la pareja artística no paraba en ningún lugar.  Era normal que en la tarde se presentaran en Calí y por la noche en Bogotá.  Un día estaban en Venezuela y al siguiente en Centroamérica.

 

En sus desplazamientos al exterior nunca iban acompañados de su orquesta por los altos costos que ello significaba.  Matilde, entonces, grababa con los mejores grupos y directores de Latinoamérica.  En Cuba con el maestro Lecuona y con Diego Valdés; en Argentina con Barbani; en México con Rafael Paz. A Colombia, los primeros grupos que vinieron con la talidad de sus integrantes fueron el del maestro Lara, de Méjico, y el de Pérez Prado, en el año 1.958.

 

Al ritmo de las presentaciones componía el maestro y su esposa, quien tenía un buen oído, le aconsejaba sobre los arreglos y las posibilidades de éxito de cada partitura.  Curiosamente y aunque poco se equivocaba en sus apreciaciones musicales, Matilde no creyó en San Fernando ni en Carmen de Bolívar, pero fueron éstos precisamente los temas que mayor reconocimiento les brindaron.

 

 

En el 62 regresaron a la capital como orquesta permanente del Hotel Tequendama, sitio que conglomeraba la mayor actividad festiva de mediados de siglo.  Sin embargo, empezaron a surgir diferencias en el matrimonio.  La cantante se sentía utilizada por el compositor y el amor iba tocando su punto final. Un año después se separarían definitivamente.

 

La soledad no fue la compañera ideal de Matilde.  En 1.964 ya se encontraba casada por lo católico, como era su gran deseo, con Alberto Lleras Puga, hijo del Expresidente Alberto Lleras Camargo, quien se encargó de conducirla de un mundo artístico a una vida de hogar en compañía de su hija Gloria María Bermúdez, única hija de la artista.

 

Las presentaciones disminuyeron su ritmo y los viajes ya no eran a nivel artístico sino vacacional a Europa o Estados Unidos.  Sus espectáculos se hacían ante un reducido grupo de amigos en la sala de una casa en donde interpretaba con su talento el porro, en curiosa amalgama con la rumba flamenca de España.

 

A pesar del cambio radical que llegó a su vida a raíz de su segunda unión y su retiro de la orquesta de Lucho Bermúdez, no se puede decir que Matilde haya tenido algún receso en su vida profesional.  Durante esta época su voz ha alimentado más de veinte producciones que han grabado diferentes grupos o entidades con los más diversos fines.

 

En 1992, al cumplir 50 años de vida artística, las ventas de sus discos se duplicaron, su público pudo disfrutar de una importante recopilación de boleros llamada Bodas de Oro y brindó a sus admiradores uno de los mejores conciertos de su vida profesional con su amiga de siempre Celia Cruz.

                                                                     Información y colaboración Pijao editores

Artículos Relacionados

Noticias Recientes