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“Portero de noche”

“Portero de noche”

Por: César Carrión Castro 


El asunto se desenvuelve en un hotel de Viena -Austria- en el año de 1957 (doce años después de la caída del Tercer Reich).  La película, de Liliana Cavani de 1974 trata de un reencuentro; de la irrupción en el presente de los fantasmas del pasado, de los recuerdos traumático-felices que agobian a dos personajes: Lucía -Charlotte Rampling- y Max -Dirk Bogarde-, el tema se refiere a una paradójica confusión entre víctimas y victimarios, a partir de los tremendos actos de tortura y vejación impuestos por los nazis a sus  desvalidas víctimas y del extraño amor que surge de la descompuesta relación entre el torturador y su víctima. La película nos lleva a reflexionar -y revisar- nuestros paradigmas éticos, pedagógicos, políticos y culturales…

Ternura y perversión se hacen presentes en esta afirmación-negación, en esta ambigüedad a que convoca “el amor y sus demonios”. Se trata de un amor malformado por la imposición de la obediencia que lleva a la sumisión y al servilismo voluntario. La imaginación y lo macabro entran como componentes de la erótica: ya Freud lo describía en la figura dual de Eros y Tánatos. Placer y destructividad.

Portero de noche es una mirada penetrante a la psique humana. Se ha considerado el erotismo como el sexo imaginativo y,  como nos enseñara el Marqués de Sade, la imaginación sólo trabaja con la fantasía y no es posible la realización de ésta, sin que se rompa en nosotros la “cordura” o la “normalidad”.

Es equivocado considerar la atracción sexual como un simple asunto de la biología o de la fisiología. El sexo, con todas sus derivaciones, implicaciones y perversidad, es un asunto cultural, es construcción. 

La relación sexual siempre es generadora de ficciones. Como la poesía, el sexo crea una nueva realidad, otra vida, otros mundos. Ya Leopoldo von Sacher-Masoch en su novela La venus de las pieles, de 1870, estableció cómo el dolor y la crueldad son aspectos anejos al amor y poseen, también, un particular atractivo, un raro encanto.

Que el niño es un “perverso polimorfo” estableció Freud. Cualquier resultado, cualquier “perversión”, viene siendo un asunto de escogencia, de “construcción del objeto del deseo”, o una transgresión a lo establecido por el principio de realidad. Para reprimir los sentimientos hay variadas técnicas -abiertas o sutiles-. 

Se reprime el sentimiento, se reprime el pensamiento por la imposición de la obediencia. Los métodos para reprimir la espontaneidad vital son múltiples y tienen que ver con la pedagogía. En este sentido la educación es perniciosa, es pervertida. Nietzsche decía: “Sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria…” Toda educación busca encajar al individuo dentro de los patrones del principio de realidad (que reprime el principio de placer).

La convicción pedagógica que establece que el niño debe ser orientado desde los comienzos, desde la más tierna edad, permite la injerencia del poder estatal en el alma infantil escindiendo su espíritu. La enorme plasticidad, flexibilidad, desamparo y disponibilidad del niño, lo convierten en objeto ideal de la manipulación. Así sea por las pedagogías aversivas, por las pedagogías invisibles o sutiles, o por el chantaje afectivo. 

Que “la violencia es la partera de la historia” se ha dicho; la gente golpea, maltrata y tortura, para repetir su propia historia, por identificarse con algún poder que le oprimió en la infancia y que no le permitió odiar. Todo comportamiento absurdo o “anormal” -quien esté libre que tire la primera piedra- tiene su prehistoria en la infancia. Generaciones educadas para guardar silencio y obedecer, reclaman hoy el derecho a los más estridentes sonidos.
La historia del III Reich muestra cómo lo monstruoso reside en lo “normal” o, como lo precisara Freud: “la civilización engendra la barbarie”.

Las víctimas de la seducción y del engaño -que siempre acompañan al poder-, están ahí para corroborarlo. Todos los jerarcas del III Reich tuvieron una educación rígida, rigurosa, severa. 

Erich Fromm en su obra “Anatomía de la destructividad humana” afirmó: “Entre nosotros viven Himlers a millares, hablando socialmente, sólo hacen un daño limitado, en la vida normal, aunque no debemos subestimar el número de personas a quienes perjudican y que hacen decididamente infelices. Pero cuando las fuerzas de la destrucción y el odio amenazan anegar todo el cuerpo político, esa gente se vuelve enormemente peligrosa; son los que ansían servir al gobierno y ser sus agentes para aterrorizar, torturar y matar”. Entre estas gentes, preparadas por la pedagogía de la sumisión y el bloqueo de los sentimientos, se reclutan no sólo los torturadores y sicarios, sino, en términos generales, los militantes y activistas de las contemporáneas derechas; las “inocentes” multitudes del actual neofascismo, que viven ocultos, pero latentes, tras sus cotidianos enmascaramientos, en espera de esas circunstancias.

¿De qué puede servir la capacidad de permanecer frío ante el horror? Quien soporta el horror puede infligirlo sin pena ni remordimiento. Se reprimen los propios sentimientos, porque previamente nos los han reprimido, gracias a la humillación cotidiana. Además, como se asevera en el filme, cuando los fantasmas del pasado atropellan, “cuando los fantasmas toman forma en la mente, no hay como escapar de ellos, ¿cómo librarse de los fantasmas de la memoria, cuando terminan siendo parte de uno mismo?” Ahí retorna el miedo y ya podemos encontrarnos, definitivamente, sin salidas.

El cultivo y la imposición de la obediencia por el ejercicio del poder (así sea tan escaso y precario como el de padres, tutores y maestros, o tan fuerte y poderoso como el de los curas, los politiqueros y los militares) impide que se alcance la “Mayoría de edad” y el uso autónomo del propio entendimiento, como lo propusiera Kant.

Ojalá que la educación (como represión del pensamiento, y de los sentimientos, como imposición de la obediencia y de la subalternidad), no tuviese el éxito que tiene, para lograr que el erotismo y la ternura, que la sensibilidad y la dependencia afectiva, no tuviesen que enmascararse y vivir la tremenda  morbilidad sentimental, cultural y social que Liliana Cavani describe en su película. 

El asunto de la depravación sexual entre los nazis, fue trabajado también por Pier Paolo Passolini en la película “Saló” o “Las 120 jornadas de Sodoma” de 1976. La formación del carácter autoritario, como pre-requisito del encumbramiento del fascismo, se encuentra en “El ángel azul” de Josef von Sternberg de 1930, y en “El súbdito” de Wolfgang Staudte, de 1951, ambas películas basadas en sendas obras de Heinrich Mann -1871-1950-. También en “Mephisto”, cinta de István Szabó de 1981,  a partir de la novela homónima de Klauss Mann. Todas ellas auscultan también esas estructuras, supuestamente veladas, del comportamiento humano, patológicamente humillado y subordinado por las autoridades. La escuela de Fráncfort, y particularmente Horkheimer y Adorno, trabajaron  esta temática a profundidad en sus estudios sobre “Autoridad y familia”.

En todo caso tiene sentido persistir en el reclamo para que Dionisos y Eros sigan iluminando al mundo y al amor, con toda su locura, su desorden  e incluso con sus perversiones, pero sin la torcida intervención de los poderes familiar, escolar, eclesiástico, militar, empresarial o estatal…

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